La manera tan peyorativa en que un columnista de El Periódico llamó hace unas semanas a Guatemala, y la encuesta realizada por Vox Latina publicada por un matutino el día de ayer, confirma de manera categórica la baja valoración que la sociedad guatemalteca tiene de sí misma y de su propia nación. Corrobora lo anterior, ese 74.2% de los entrevistados que dicen tener motivos para estar tristes.
Es obvio que el grado de satisfacción personal y la estimación sobre el entorno social, determina la manera en que calificamos a nuestro país, y ante el problema económico y social que envuelve a nuestra nación, se da la frustración, y este es un sentimiento propagante que en cierta manera ha determinado la masiva emigración que está sufriendo nuestra nación. Mientras otros habitantes de este mundo son renuentes a abandonar su terruño, los guatemaltecos y otros ciudadanos del continente fluyen cual marejada hacia el exterior, sino basta con observar ese incremento anual de las remesas familiares, indicativo de cada día, más guatemaltecos abandonan el territorio nacional. Está claro que la nuestra no es una sociedad regida por el orden, y que el sistema político en que se sustenta nuestra convivencia ha sido mal concebido, pero hay otros factores que también han logrado afectar el espíritu ciudadano, como la falta de valores, de principios morales y todo aquello que persiga una vida digna y mejor.
Es innegable que estamos viviendo en una sociedad donde abundan las actitudes despreciables, como la corrupción, el tráfico de drogas, la inmoralidad y la impunidad, pero gracias a Dios esto es solamente una cara de la moneda y mal haríamos en limitarnos a observar sólo ese punto. El hecho de identificar una realidad que nos señala que no todo es negativo y que dentro de nuestra sociedad también existen personas con el deseo de hacer las cosas bien, nos indica que sí es posible mejorar y aspirar a convertirnos en un mejor país. Es cierto que estamos viviendo tiempos difíciles, pero estos, más que para la violencia de unos y la pasividad de otros, deben servirnos para la reflexión y para compartir nuestras ideas y análisis sobre la manera en que estamos viviendo y de cómo debiéramos de vivir. Guatemala y nuestros hijos merecen otra actitud, una manera de ver las cosas con más optimismo y convicción de que las cosas efectivamente pueden cambiar, porque somos más los que hemos preferido luchar de buena manera por una vida mejor, somos más los que preferimos el orden, el trabajo tesonero y educar a nuestros hijos sobre principios y valores. Somos más, y eso es lo que cuenta, y es donde descansa la esperanza de ese cambio que tarde o temprano tendrá que llegar.