Los medios de comunicación informan sobre las tragedias ocurridas por las fuertes lluvias que ocasionan deslaves, derrumbes y muertes. Este tipo de hechos se han registrado ya en diversas partes del país y con el inicio de la época lluviosa también empiezan las alertas dirigidas a la población. Hay algunos elementos que se nos escapan cuando abordamos el tema de los desastres. En el imaginario colectivo está la percepción de que es la Naturaleza quien se ensaña contra los humanos y que con toda su furia de manera impetuosa ocasiona la desgracia. Desde hace varios años el concepto de desastre natural ha sido retirado del vocabulario de técnicos y expertos, estos acuerdan que los desastres no son naturales y que al contrario estos son producto de las relaciones y dinámicas que las sociedades vamos marcando. Constantemente los seres humanos somos constructores de riesgos, cada vez estamos más expuestos a la posibilidad de un peligro o daño. La realidad crudamente nos demuestra que no hemos aprendido de las lecciones pasadas, en el 98 el huracán Mitch afectó Centroamérica; en Guatemala murieron cientos de personas y muchas más resultaron damnificadas; siete años después en la tormenta tropical Stan el número de víctimas se elevó a miles, dejando un panorama devastador y al descubierto la poca capacidad del Estado de responder ante un evento de tales magnitudes. Dentro del análisis de los efectos de Stan, surgió la pregunta ¿Por qué tanta destrucción? La respuesta es compleja pero el trasfondo de esta situación dejó en evidencia que las causas directas e indirectas de los daños, tuvieron que ver con la forma en la que hemos tratado el territorio y cómo nos relacionamos con la naturaleza. Los desastres no ocurren por generación espontánea, son la combinación de muchos factores: económicos, políticos, culturales, sociales y ambientales, que se dan cuando en las peores condiciones estos se unen en un lugar ocasionando muertes, carencia de bienes y en general la pérdida de calidad de vida de quienes sobreviven. La situación de empobrecimiento en la que se encuentra la mayoría de guatemaltecos es producto de un sistema en el que la población cada vez se ve forzada y obligada a vivir en lo precario y en áreas de alto riesgo; pero también de decisiones políticas que nos afectan y repercuten de manera negativa. Los fenómenos naturales como las lluvias, tormentas y huracanes son parte de la naturaleza, la humanidad ha vivido con ellos durante miles de años. El problema es que en la actualidad nos encontramos en una situación de alta vulnerabilidad, hemos destruido la naturaleza que nos protege y estamos perdiendo; montañas, bosques y selvas, los últimos amortiguadores y ecosistemas naturales ante el cambio climático. Debido a nuestra ubicación geográfica -en el istmo centroamericano- Guatemala se encuentra en una de las regiones de mayor riesgo y vulnerabilidad del planeta, pero también en una de las áreas con mayor riqueza en biodiversidad. Ante el riesgo a desastres es necesario hacer un abordaje integral del tema, sin dejar de atender y solucionar las causas que los generan; de lo contrario año con año seguiremos lamentándonos por lo que perdemos, algo muy valioso, la vida de guatemaltecos y guatemaltecas y las posibilidades que tenemos para el futuro. Es imperativo que ante este panorama hagamos una reflexión, vamos a quedarnos de brazos cruzados esperando que llegue una alerta roja o a que llegue el desastre o vamos a hacer algo por tratar de evitarlo.