Sololá y yo (II)


Rafael Téllez Garcí­a

Finalmente entre las observaciones generales la permanente adherencia a los grupos de la derecha, cuya responsabilidad consistí­a en el abandono del departamento de sus más caras necesidades para empujar el progreso en forma acelerada, no obstante ser el departamento más bello del mundo y paradójicamente sin que las autoridades se percataran de la necesidades de ofrecer una planificación adecuada para que los importantí­simos municipios que rodean el lago que fueran favorecidos de una gigantesca obra para favorecer el turismo que pudiese abrir paso a la famosa industria sin chimeneas que es explotada con inteligencia por otras naciones que no tienen el privilegio de contar con bellas imágenes propias de un lugar paradisí­aco como es Sololá, seno del imperio tzutuhil.

Comienza entonces la tarea difí­cil y casi imposible de servir al Partido Revolucionario. La dirigencia que como un absurdo no obstante mi férrea oposición, me señalaba esa tarea de organización en un departamento totalmente ajeno y desconocido para mí­. En mis alforjas de conocimiento del indí­gena, ser nacido en San Juan Sacatepéquez, precisamente en un pueblo eminentemente conformado casi en su totalidad por esa etnia; haber mamado sangre de una nodriza indí­gena en los primeros albores de mi vida, tener un hermano de padre indí­gena, Antonio, y conocer de cerca sus problemas.

El primer hecho significativo se produce en casa de Manuel Quezada Gutiérrez oriundo de Santa Lucí­a Utatlán. Me recibe a las 8:00 de la noche de un mes de enero frií­simo y el paraje a 8 pies de altura. El lí­der hombre adusto, agricultor, inteligente y sereno. Jamás me habí­a visto en aquellos lugares. Atento me invita a su sala. De inmediato al conocer mis propósitos increpa que esa revolución a la cual es afiliado desde tiempos de Arévalo no ha reconocido sus esfuerzos. Se queja con apesadumbre que un su hijo se encuentra sin trabajo, que los Méndez Pantoja, jamás lo atendieron y que precisamente esa desatención clásica de los polí­ticos cuando arriban el poder producí­a el rechazo definitivo de continuar en la dirigencia del partido. Confieso que siendo la primer prueba de fuego mis entusiasmos casi se desploman, pero una idea salvadora se me ocurre preguntarle cuál era la fórmula para convencerlo y demás satisfacer sus anhelos. Simplemente agrega, necesita trabajar para su hijo. En un arranque de gracia le prometo: el maestro tendrá una plaza inmediatamente. í‰l se sorprende. Me observa. Ve en mis palabras decisión y esperanza. Con ese gesto decide analizarse de nuevo y es el primero para iniciar la reorganización del partido de Sololá. Pero el tal ofrecimiento debe producirse sin demora. Hay una extracción fuerte de manos. Siendo su mano dura de campesino. El plazo es de ocho dí­as para la obtención de plaza de maestro y justo a las 10:00 de la noche, termina mi exitosa conversación polí­tica en aquel apartado lugar. Ofrece sus valiosos servicios y conmigo va a San José Chacayá de Hilario Roquel Ajú, querido e í­ntimo amigo mí­o entrándole la noche de la edad y desgarrado su corazón por la violencia reinante con la pérdida de un ser querido para él como lo es su hijo. Hilario es el lí­der absoluto de aquel pueblo. Esquino y desconfiado con su vivienda en la cresta de la montaña incrustada con la ayuda de don Manuel Quezada Gutiérrez, logré la segunda adquisición. En cinco dí­as cuando veredas y caminos, en lancha veloz arribando a los bellos pueblecitos a orillas del lago en un viaje de recuerdos idos con Chiyal Calabay, Castro Zapeta, Cholotí­o Sumoza, Pérez Sancoy, Leja Yac, Yaxon, Anleu de León, Ujpán, Azañón, Sac y Sac Chavajay y Chavajay, Rodolfo Garcí­a Matzar, Chico Pérez mi compadre, Sunún, López Ixmatá, Yojcom Tepaz, Sánchez, Chema González, Navichoc, Guachiac, Tax, Luis Quezada, y el Hilario, Ricardón, los Tiguilá y Albúrez para no citar sino a los principales. Aquí­ se para el interminable cuento para relatar la modesta odisea que pone de pie al departamento.

(Continuará)