Recibo muchos correos basura (de lo cual me ocuparé próximamente), pero también mensajes que, entre otros objetivos, persiguen crear conciencia sobre determinado problema, como el que me acaba de enviar el odontólogo Rogelio Castillo y que incumbe a padres de jóvenes y adolescentes de uno y otro sexo.
Ignoro quién es el autor del artículo que tiende a hacer reflexionar a los adultos acerca de su responsabilidad en la conducta de sus hijos que han dejado de ser niños, pero aún viven bajo la tutela de sus padres.
Aunque con otras palabras, señala que resulta paradójico que mientras funcionarios públicos, sociólogos, representantes de grupos de la sociedad civil, columnistas, pedagogos y otra clase de personas participan en seminarios, mesas redondas y actividades similares para examinar y encontrarle solución a problemas de la delincuencia juvenil, la drogadicción y el alcoholismo de muchachos y señoritas, numerosos padres de familia actúan como si no les importara la vida de sus hijos.
Pero esos mismos padres y madres, también, se quejan que en cantinas, bares y restaurantes venden licor a menores de edad, que los propietarios de esos establecimientos no cierran sus negocios a las horas fijadas legalmente, que agentes policiales reciben sobornos y preguntan qué hacen las autoridades al respecto; pero ¿en dónde están los padres del joven que toma más de la cuenta? ¿Quién lo recibe en su casa a altas horas de la noche y en qué estado? ¿Quién le dio dinero para entrar a la cantina, al bar o la disco, para comprar licor o drogas y para pagar la mordida al policía? ¿Dónde están los padres que le dieron el carro a un jovenzuelo que conduce en estado de ebriedad?
Lanza reprimendas a los padres de familia, especialmente de las clases media y alta, que pretenden responsabilizar a funcionarios públicos, porque permiten que menores de edad ingresen a sitios exclusivos para adultos en los cuales se vende drogas y se prostituye a jovencitas, cuando que no hay autoridad ni responsabilidad paternas.
«Lo que tenemos es miedo y flojera -sostiene el autor del mensaje-, no queremos actuar como padres. Nuestros hijos no necesitan que seamos sus amigos, porque tienen un montón de amigos de su edad. Necesitan padres valientes y sensatos que fundamenten principios básicos, que establezcan reglas en sus hogares y que estén allí para que se cumplan». Si los jóvenes no necesitaran guías, si no necesitaran límites ni autoridad a quien respetar no existiríamos los padres. Se nos encomendó una misión especial -agrega-, la más grande: colaborar con Dios en su Creación, y es a nosotros a quien se nos pedirá cuentas por nuestros hijos; no al dueño del bar, ni al gerente de la disco, ni al amigo del hijo que al manejar borracho choca y atropella, ni al policía, ni al maestro, ni al ministro de Gobernación ni al fabricante de licores ni al traficante de drogas. Será a los padres de familia, a nadie más.
No estaría mal ganarnos el respeto de nuestros hijos -precisa-, tomando las riendas de su vida, haciéndonos responsables de su hora de llegada, de lo que toman, de lo que consumen, de sus calificaciones; haciéndoles ver lo que esperamos de ellos y facilitándoles los medios para su formación integral, ajena a vicios y a malas influencias. ¡Los jóvenes necesitan que actuemos como padres!
(El niño Romualdito Tishudo, de 4 años, al sonar el timbre del teléfono responde. Es su abuela, quien bromea: -¿Quién soy? El chico grita: -¡Mamá, mi abuelita está llamando y no sabe quién es!)