«Soy escritor en español», afirma Jordi Soler, rechazando la clasificación de escritor mexicano, porque «las etiquetas segregan» y el verdadero territorio de un escritor es la lengua en que escribe.
En un encuentro en París en ocasión de la aparición en francés de su novela «Los rojos de ultramar» (traducida con el título «Les exilés de la mémoire», Editorial Belfond), Jordi Soler evocó su doble condición de mexicano y catalán, el exilio de su familia, tema de la novela, y su ambición de que sus libros contribuyan a la memoria, pero sobre todo que sean «un artefacto literario que funciona», que tengan «una dimensión poética y una música».
«Yo nací en México, pero en México me he sentido siempre un poco extranjero, es decir que creo que mi literatura no se define como española o mexicana. Soy escritor en español», dijo Soler a la AFP.
«Creo que las etiquetas segregan. Cuando se me califica de Jordi Soler, escritor mexicano, me siento un poco segregado. Mi lengua materna es el catalán, pero era ya un catalán un poco mestizo, y a partir de los doce años hablé en castellano, incluso con mi madre. Mi lengua-patria es el español, no sé escribir en catalán», agregó.
Jordi Soler nació en 1963 en una comunidad de exiliados republicanos fundada por su abuelo en Veracruz tras la guerra civil española. Actualmente reside en Barcelona. «Vivo en la misma calle en que nació mi madre, y mi hija nació en esa misma calle. Esto me ha convertido en el paréntesis mexicano de la saga de una familia catalana», comentó.
Una saga que Soler cuenta en «Los rojos de ultramar» y que evocará también en su próxima novela, «El jardín de Luxemburgo», que será publicada este año en España.
Constantado que en España «se ignoran muchos aspectos de la historia de la guerra civil, y todavía más la historia del exilio de medio millón de españoles que pasaron a Francia y de ahí a otros países», Soler decidió contar la historia de uno de ellos, su abuelo.
«Los exiliados republicanos españoles transformaron la cultura de los países de América Latina, fue un aporte cultural esencial. Pero hay dos clases de exilio, los exiliados de primera, los escritores, profesores o políticos, que llegaban a México y de inmediato se integraban al mundo intelectual, y los de de segunda, como mi abuelo, que eran simples soldados y debían sobrevivir en un país extraño».
«Esta es una novela acerca de ese exilio de segunda, el exilio del que nadie habla, la gente que no tenía ni carrera universitaria, ni profesión ni gremio que los amparara», explicó el escritor.
«La tragedia es que, para sobrevivir, esos exiliados tenían que desaparecer de la memoria», añadió.
«Sé que esta novela contribuye a recuperar esa memoria, pero lo que me interesa sobre todo es su calidad de novela, de artefacto literario que funciona», recalcó.
Soler se considera un poeta que se ha convertido en novelista. «Durante mucho tiempo escribí sólo poesía, porque las novelas me parecían demasido prosaicas, no tenían ni la plasticidad, ni la profundidad, ni la música que tiene la poesía».
«De mis novelas, lo que más me preocupa es la dimensión poética. Me gustaría que el lector se detuviera y leyera en voz alta una página. Me interesa sobre todo la calidad estética, además de que la historia sea buena y yo sea capaz de contarla bien. Lo importante es que el relato tenga una cierta música, por eso no escribo nunca diálogos, porque me parece que interrumpen la melodía general de la novela», subrayó Soler.