«La realidad colonial es nuestra realidad más honda.»
Severo Martínez Peláez
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Cuando llegaron al territorio de lo que hoy comprende el Estado de Guatemala, hace casi 500 años, las huestes españolas a cargo de Pedro de Alvarado no encontraron a ningún indio. Según explica el académico Severo Martínez, lo que había en aquel tiempo en toda la región, era una veintena de pueblos con un bajo desarrollo económico y tecnológico.
Al indio lo hicieron. A la población de estas tierras, hombres y mujeres sin importar la edad, la sometieron a la condición de esclavitud. La fuerza de trabajo sin ningún tipo de remuneración garantizó la riqueza de unas cuantas familias criollas. Durante toda la Colonia se fortaleció la división de clases y el indio, sin ningún tipo de reconocimiento pleno como ser humano, quedó en el último puesto de la escala social.
Muchas de las situaciones de desigualdad que se crearon en la colonia son vigentes en la sociedad actual, lo que permite el engrose de las cuentas bancarias de unos pocos a costa de la pobreza, el hambre, la insalubridad y la carencia de cualquier tipo de una mayoría poblacional, conformada por los pueblos indígenas.
Que los mayores índices de pobreza se concentren en la población indígena no es casualidad. De acuerdo con datos citados en un estudio del Centro de Acción Legal para los Derechos Humanos casi el 76.1% de las personas indígenas viven en pobreza y 26.5% en pobreza extrema; el 30% de la población indígena entre 15 y 24 años es analfabeta.
Los más conservadores dirán que es mejor dejar en el olvido los hechos del pasado para construir una nueva nación, basada en el optimismo. Ellos, son los mismos que durante la Colonia sometieron a la población originaria de este territorio, los que durante la independencia velaron únicamente por sus intereses, los mismos que arrebataron las tierras comunales y obligaron la siembra del café a partir de la Revolución Liberal, y durante el conflicto armado interno apoyaron, financiaron y se sirvieron de los militares responsables del genocidio; son los mismos que durante los últimos doce años se niegan a respetar los derechos laborales en el campo y ofrecen salarios de miseria, los que acaparan las tierras, los que rechazan la producción de granos básicos y los que tiemblan ante cualquier mención de una Reforma Agraria.
Nosotros también somos responsables de la construcción de esta sociedad racista si tomamos una actitud pasiva, si nos volvemos indiferentes ante la desigualdad, y si no aceptamos a la pobreza como el resultado de la discriminación y la riqueza excesiva de una minoría. Podemos sumarnos a la lucha por el reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos indígenas y por la equidad de condiciones para una vida digna.