Sobre renuncia del Superintendente de Bancos


Luis_Enrique_Prez_nueva

Ahora que el Superintendente de Bancos, Víctor Mancilla, ha renunciado, sorpresivamente se pretende que era un fabuloso héroe de la legalidad de las operaciones bancarias, o un formidable procurador de la pureza moral del régimen financiero de la nación, o un infatigable combatiente del lavado, secado y planchado del dinero generado por la producción y el comercio de drogas cuyo consumo prohibe la ley.

Luis Enrique Pérez


No atisbo el más mísero indicio de ese fabuloso heroísmo, o esa formidable procuraduría o ese infatigable combate, ni creo, entonces, que la ausencia del superintendente Mancilla liberará una reprimida criminalidad. Presuntamente él y la Intendente de Verificación Especial, Susan Rojas, constituían un dueto providencial que provocaba un vasto terror en las más elevadas esferas dirigenciales del crimen dedicado a la producción y comercio de drogas. Tampoco atisbo el más mísero indicio de que ese dueto provocara ese terror, ni creo, entonces, que la ausencia del superintendente Mancilla disipará ese terror y provocará una renovada intrepidez criminal.
    
     Conjetúrase que el superintendente Mancilla no renunció voluntariamente, sino que el presidente Pérez Molina, persuadido por la vicepresidente Roxana Baldetti, lo obligó a renunciar. Empero, es inverosímil que haya sido obligado a renunciar, porque su renuncia no fue irrevocable. Es decir, es paradójico que presuntamente haya sido obligado a renunciar, pero que no haya renunciado irrevocablemente, como si hubiera estado dispuesto a proseguir eternamente en el irrelevante desempeño de sus funciones inquisitoriales.
    
     También conjetúrase que el propósito de la vicepresidente Baldetti fue obligar a que renunciara un Superintendente de Bancos que era terrorífico enemigo del lavado, secado y planchado de dinero generado por la producción y el comercio de drogas; y sustituirlo por uno que pudiera servir a su presunto interés en proteger a lavadores, secadores y planchadores de ese dinero. Empero, jamás el superintendente Víctor Mancilla fue tal terrorífico enemigo. Es decir, con respecto a la finalidad de combatir las operaciones financieras de productores y comercializadores de drogas, carecía de cualquier importancia.
    
     Además, el presidente Pérez Molina, que debe designar al nuevo superintendente, tiene que designarlo únicamente entre tres candidatos propuestos por la Junta Monetaria; y creo que es improbable que entre ellos deliberadamente tenga que ser incluido por lo menos un candidato comprometido en servir el presunto interés que le es atribuido a la vicepresidente Baldetti,  para que el presidente Pérez Molina lo designe. También creo improbable que entre los candidatos sea incluido por lo menos uno comprometido en ser persecutor penal de los miembros dirigentes del partido Libertad Democrática Renovada, para que el presidente Pérez Molina lo designe.
    
     Supuestamente la renuncia del Superintendente de Bancos, Víctor Mancilla, crea inestabilidad financiera, o incertidumbre jurídica, o inconfiabilidad moral, en el régimen financiero del país. ¿Entonces el Superintendente de Bancos jamás debería renunciar, aunque hubiera causa suficiente para renunciar;  o jamás debería ser destituido, aunque hubiera causa suficiente para destituirlo?
    
         Post scriptum. Es un licencioso delirio de la imaginación inquieta creer que los lavadores, secadores y planchadores de dinero generado por la producción y comercio de drogas, festejarán la renuncia del superintendente Víctor Mancilla.