Las evaluaciones de nuestro sistema educativo arrojan resultados espantosos, porque la calidad de la enseñanza nos deja en condición deplorable. Empezando por lectura, no digamos las matemáticas, el rendimiento de nuestros educandos es patético y refleja una falta de concepto preocupante que, por supuesto, no se va a resolver simplemente con la modificación de la carrera de magisterio.
Pero además de las deficiencias en el aprendizaje de ciencias básicas, hay que señalar que tenemos un déficit tremendo en formación de nuestros ciudadanos. Desde que se abandonaron las clases de moral y urbanidad que fueron importantes hasta la primera mitad del año pasado, nuestros jóvenes reciben un remedo de formación cívica que no tiene ningún sentido ni ayuda a que el guatemalteco se sienta parte de un país con el que se cumple demandando los derechos, pero también cumpliendo obligaciones.
Es muy importante enseñar a nuestros niños el respeto a los símbolos patrios y las muestras exteriores de patriotismo que se vieron en este mes de nuestra independencia, pero más allá de una jornada cívica para empezar la semana izando la bandera, se requiere que el joven aprenda que vivir en sociedad significa ajustarse a las normas elementales de la convivencia.
Basta mirar nuestro comportamiento colectivo en el tránsito para entender que no tenemos la menor idea de lo que es el respeto al derecho ajeno, no digamos a la cortesía, educación, buenas maneras y solidaridad. Vivimos de acuerdo a la ley de la selva y cada quien hace lo que se le da la gana, provocando lo que socialmente no se puede definir sino como el caos absoluto.
Una reforma educativa tiene que buscar la formación integral de nuestros jóvenes, con enseñanzas puntuales sobre el sentido de la vida social que demanda sacrificios para ajustar nuestros comportamientos a la convivencia. Una reforma educativa parte de cuestiones tan puntuales como el elemental respeto que el alumno tiene que tener para el maestro, pero también del maestro y de las autoridades de Educación hacia los alumnos, porque no se trata de capataces de finca relacionándose como se estila aún en algunos sitios con los mozos.
Necesitamos formar jóvenes preparados para competir en un mundo cada vez más exigente, pero sobre todo requerimos de personas que entiendan que no se puede vivir en sociedad sin acatar reglas de convivencia. La libertad no puede nunca ser absoluta como la demandan algunos, sino que tiene su límite en el derecho ajeno y esa noción elemental está, por ahora, fuera de la ecuación mental que hacemos los guatemaltecos.
Minutero:
Formar a la juventud
es tarea muy urgente
para gente inteligente
con un cambio de actitud