Sobre la reducción del Congreso


Nadie ha hecho tanto en Guatemala a favor de la presión pública para reducir el número de diputados al Congreso de la República que los mismos diputados y los partidos polí­ticos que los postulan con criterios tan cuestionables. Los últimos hechos ocurridos en el Organismo Legislativo vienen a ser lapidarios porque nadie tendrá argumento para justificar la cantidad actual de representantes y veremos en los próximos meses una fuerte presión pública para lograr la disminución.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

La ventaja que tienen todaví­a los partidos polí­ticos es que no existe una actitud organizada de la población para articular la evidente presión pública. Los movimientos actuales a favor de reformas constitucionales están inspirados en agendas particulares que persiguen fines ideológicos que vendrí­an a ser el corolario de años de esfuerzo y de prédica para destruir al Estado y reducirlo a su mí­nima expresión, lo que obviamente no es del interés de la generalidad de los guatemaltecos sino de un grupo que si bien es vociferante y tiene mucha influencia en los medios, carece de contacto con la base social del paí­s.

Pero lo que se veí­a como algo difí­cil hace algunos meses, es decir, la unificación de prácticamente todos los sectores nacionales alrededor de una idea o de un tema, se vuelve ahora posible si vemos que la reducción del número de diputados se vuelve una cuestión en la que podemos apreciar virtual unanimidad. No hay conversación en la que no aflore el tema de la frustración pública respecto a la calidad de la representación nacional y, lo que es más importante, la sensación de que «algo» debemos hacer. Ayer leí­a el comentario que mandó en nuestra página de Internet el viejo amigo, licenciado Factor Méndez, con relación a la necesidad de una Asamblea Constituyente que aborde ese tema. De hecho hay un precedente impuesto por Ramiro de León Carpio con su cacareada depuración que al final no fue sino un reacomodo de fuerzas en el Congreso y ese mismo camino se puede seguir para lograr un cambio que no tenga que esperar a la elección del nuevo Congreso dentro de tres años y medio.

Alguien decí­a el otro dí­a que una acción así­ podrí­a interpretarse como un golpe a la institucionalidad del sistema de partidos polí­ticos porque muchos de ellos desaparecerí­an. La verdad es que nuestro sistema de partidos polí­ticos es inútil y amerita y merece una transformación profunda porque lo que tenemos ahora son grupos de amigos de algún personaje que se las lleva de lí­der o caudillo pero en el fondo no existe una organización polí­tica que merezca en realidad el reconocimiento como verdadero partido.

De suerte que argumentos para defender la actual situación o la actual institucionalidad son pocos, pero lo más importante es que son los mismos partidos y los mismos diputados quienes proporcionan con creces los argumentos para que se hable con tanta insistencia de la necesidad de reducir drástica y rápidamente el número de diputados. Quien crea que con el permiso que pidió Meyer se oxigena el sistema está equivocado, puesto que al fin de cuentas hay que entender que el pobre Meyer fue un inepto que ni siquiera tuvo la habilidad que mostraron sus antecesores para manejar el desorden y sacarle provecho porque trató de acaparar todo el poder, reduciendo las funciones del Primer Secretario, siendo tan vejiga que no pudo ni supo asumir el papel que él mismo se adjudicó.