En octubre pasado, el representante republicano estadounidense Lamar S. Smith propuso ante la Cámara de Representantes de su país la iniciativa de Ley H.R. 3261, más conocida como Ley SOPA (Ley para parar la piratería en línea, por sus siglas en inglés).
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Aunque es un tema que pareciera ser ajeno a Guatemala, en realidad me parece que éste podría ser un punto de inflexión para la visión del Internet en el futuro, sobre todo en Estados Unidos, que es el mayor generador de contenidos para Internet, lo que podría afectar a nivel mundial.
Además, en otros países de habla hispana, como México, Colombia y España, ya hay proyectos de ley visibles que se vinculan con los mismos objetivos de la Ley SOPA.
La iniciativa de ley consiste, básicamente, en criminalizar a todas las páginas de Internet que promuevan contenido pirata. En manera sensible, se busca combatir la difusión ilegal de canciones, videos, películas, fotografías y libros que expresamente tengan derechos de autor, y cuyos autores no estén percibiendo beneficios por ello. Aunque, de manera extendida, se atacaría a cualquier página de Internet que piratee contenido ajeno, sin reconocer monetariamente los derechos de autor.
El Internet, desde que se constituyó como tal tras el fin de la Guerra Fría (década de los noventa) y su popularización a principios del siglo XXI, se ha convertido en el elemento más característico de nuestra sociedad posmoderna. Gracias a Internet, hoy día el ejercicio de la ciudadanía se ha vuelto más vinculante, y los pobladores más informados. Claro está, que la mayor parte del contenido en la Web es pura basura, pero nadie puede dudar de que el Internet haya ayudado a informar a los pobladores, más que a desinformarlos. Además, la libre expresión y opinión se ha multiplicado, y los ciudadanos, que antes no tenían canales de expresión, hoy día lo tienen.
Por tal movimiento de información, el concepto de derechos de autor podría llegar ya a niveles risibles. Quiero decir, que mucho de lo que nuestros “intelectuales†opinan, en realidad lo leyeron en otra parte; o bien, llegan a tal punto de copiarlo y pegarlo textualmente, cambiando sólo unas cuantas palabras, como es práctica habitual en no pocos columnistas de opinión en Guatemala.
O bien, qué tantos “derechos de autor†tiene un músico electrónico, que retoma una canción vieja y le sobrepone un ritmo movido y un par de sonidos movimientos en la tornamesa, y consideran que “crearon algo nuevoâ€. O un escritor que parodia al Quijote o a Hamlet, creando una “versión posmodernaâ€, y aseguran que tienen “derechos de autorâ€, asumiendo la originalidad de sus propuestas.
Quiero decir, pues, que si hoy día nuestro grado intelectual ha evolucionado es porque hemos ido construyéndolo etapa por etapa. Para superar al antiguo estadio de pensamiento, hemos tenido que copiarlo del anterior, ya sea para mejorarlo, o por lo menos para oponerse, tal y como Hegel explicaba la evolución de las ideas.
En otras palabras, ¿quién puede considerarse original y creador de la nada, hoy día, con tanta evolución de las ideas? ¿Existirá aún algo nuevo bajo el sol?
Quizá esto va mucho más allá de lo que puedan interpretar los ponentes de la Ley SOPA. Los más férreos defensores de la globalización, efecto que fue multiplicado por la Internet, hoy día se asustan al ver que el tema de los derechos de autor se les fue de las manos, ya que éste había sido, hasta el siglo pasado, un “seguro†para rentabilizar los productos por varios años.
En algunos años, si en Estados Unidos pasa la Ley SOPA, estoy seguro que algún diputado original “copiará†esta iniciativa y la propondrá, como propia, en el Congreso de la República. Sin embargo, esta ley debería ser vista como un esfuerzo para coartar la libertad de expresión, así como lo hicieron con la Ley de Pánico Financiero, que lo único que ha logrado es que ningún ciudadano se puede quejar, como cliente, de los servicios bancarios.