Sobre héroes y tumbas


La semana pasada la ministra de Gobernación, Adela de Torrebiarte, ofreció un reconocimiento por el heroí­smo de los policí­as que participaron en diciembre de 2007 en la captura de una banda de atracadores en Villa Hermosa. Este homenaje pudo haber merecido felicitaciones para la titular del Interior, pues con ello se busca mejorar el rendimiento de nuestras fuerzas de seguridad.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Sin embargo, viéndolo desde un punto de vista objetivo, la acción de De Torrebiarte no debe ser calificada como «positiva», puesto que no es heroí­smo hacer bien el trabajo que se tiene asignado.

No es que no sea motivo de orgullo hacer bien el trabajo; lo que pasa es que en Guatemala tenemos trastocado nuestro sistema de premios-castigos, que, a la larga, es fundamental para construir una sociedad mejor.

Sólo por mencionar un caso, la Policí­a Nacional Civil se llevó el año que recién acabó el Premio a la Noticia Impactante de 2007 por ser la presunta protagonista del asesinato de los tres diputados salvadoreños; en verdad, no creo que haya habido otra noticia con más consecuencias que ésta.

A causa de ello, el entonces ministro de Gobernación, Carlos Vielmann, y el director de la PNC, Erwin Sperissen se vieron obligados a renunciar, y la sociedad civil presionó para una refundación de las fuerzas de seguridad; esto, sobre todo por el hecho que, a todas luces, la mayorí­a de las «manzanas» de la PNC están podridas.

Pero, lejos de «castigarlos» despidiéndolos y enjuiciándolos por no cumplir su trabajo, la Ministra aprovecha una oportunidad en que hicieron «más o menos» bien su labor (porque habrá que recordar que hubo policí­as muertos y la mitad de la banda de Villa Hermosa logró fugarse) para premiarlos.

Homero, el autor de La Iliada, habí­a comprendido bien la diferencia entre el heroí­smo y el cumplimiento del deber. Aquiles, quien no estaba obligado a luchar en contra de Troya, decidió batallar y gracias a él se colaboró para el triunfo de los griegos. En cambio, Héctor, el hijo mayor del Rey de Troya no fue un héroe al defender a su ciudad: era su deber.

El alto grado de anomia que sufrimos en Guatemala se debe, en gran parte, al sistema de impunidad que prevalece. Sobre todo los empleados públicos, quienes pueden hacer cualquier cosa sin temor al castigo. Buena parte de los problemas del paí­s podrí­an resolverse si se aplican castigos justos a quienes delinquen. Otra parte es el de ofrecer recompensas a quienes realizan una tarea que va más allá de su obligación; sin embargo, en el caso de los policí­as que participaron en el operativo de Villa Hermosa, no fue así­: cumplieron su deber, pese a que esta acción fue en extremo peligrosa.

Lo mismo ocurre con un niño (actitud que es más común entre las familias guatemaltecas, ya que no es tan fácil salirse de los moldes aprendidos en la sociedad), que al realizar una «travesura» no recibe castigo (el cual, léase bien, no debe ser necesariamente fí­sicamente violento) y que recibe premios sólo por ganar «raspadito» un año escolar.

En general, el problema es muy simple, y la condecoración ofrecida por la Ministra a los policí­as que participaron es un ejemplo. Funcionarí­a más si se castigase a los delincuentes y se premiara a los que realmente han hecho algo excepcional; pero ni uno ni otro mecanismo está realmente establecido en Guatemala.

En el caso de los policí­as muertos en acción en la balacera de Villa Hermosa habrí­a que evaluar el comportamiento del jefe del operativo, si en realidad cumplió su deber de protegerles la vida; y más que la familia reciba una condecoración especial de su pariente muerto en acción, deberí­a recibir la notificación que una investigación se lleva a cabo para establecer a los responsables de su fallecimiento.

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