Sobre el histórico Proyecto Hubble.


Edgar-Balsells

En la cultura del espectáculo cinematográfico resulta muy apreciado ver algún fragmento de cine que realmente deje algo, aparte de una diversión momentánea que se olvida a las pocas semanas. Y es que como también nos movemos bajo un monopolio del séptimo arte, tenemos acceso a los films que acaparan la ligera inteligencia emocional del Marketing moderno, en donde la violencia de todo corte, y otros temperamentos un tanto desviados de la modernidad, están a la orden del día.

Edgar Balsells


Es por ello que es oportuno comentar sobre films que dejan algo, y  que al verlos nunca se olvidan, sobre todo cuando se es joven y está la mente preparada para recibir los mensajes que  conmueven y contribuyen a forjar  un respeto por lo tecnológico, lo humano y la naturaleza celestial.
En una reciente visita que hicimos a Washington, aprovechamos a pegar el salto al “Smithsonian” y al llamado “Mall” washingtoniano, que conforma toda una red de museos apoyados por verdaderos benefactores del arte y de la ciencia, proviniendo la mayoría de ellos de la iniciativa privada, y que desde hace mucho tiempo, juegan un papel primordial en materia de Responsabilidad Social Empresarial, de a de veras.
Tuvimos la oportunidad de ver el film, de 43 minutos, que lleva como título “Hubble 3D”, narrado nada más y nada menos que por Leonardo DiCaprio, y que a través de los lentes de la tercera dimensión, narra las aventuras de la nave Hubble, que se ha constituido en el proyecto más importante en la historia de la NASA, e intenta comenzar a descubrir los misterios del universo desde su conformación.
El film se exhibe en el National Air and Space Museum, y es  acompañado por otro  de similar argumento que se exhibe en el Planetarium contiguo, narrando ambos el legado del gran telescopio Hubble, puesto en órbita por la NASA, acompañado por comentarios estremecedores que subrayan el profundo impacto de esos descubrimientos, y su relación con la forma como todos nosotros vemos el universo y nos proyectamos entonces como seres humanos.
Considerándome un lego en la materia, sabía muy poco de la existencia de los planetas “Goldilocks”, llamados así porque al igual que en la historia del cereal probado por ricitos de oro en la casa de los osos, se trata de planetas que “no son tan fríos ni tan calientes” similares a nuestra  tierra.
Se les llama también “exoplanetas”, y se encuentran desperdigados en megadimensiones que se agrupan alrededor de estrellas solares, que se clasifican entre “viejas” y “nuevas”, siendo que estas últimas tienen cientos de millones de años, y las primeras son las más cercanas en tiempo al llamado “Big Bang”, que resulta ser el momento en el cual se inicia la megaexpansión del Universo, partiendo de la nada.
Se trata entonces  de millones de galaxias, conformadas por   masas de gases y agujeros negros, que conforman cocúmenes o “fábricas de estrellas” que a través de una dimensión de tiempo poco comprendida por los humanos, van teniendo los cambios más sorprendentes que uno pueda imaginarse, y que hacen ver a nuestra Vía Láctea como un grano de arena en la inmensidad del océano.