Sobre el asunto del Padre Alpí­rez


Hace varios dí­as Gladys Monterroso escribió una columna que aunque está mal redactada, es clara en su contenido y en su sentido de denuncia. Entristece ver otra vez en la mira de la condena pública, a nuestra Iglesia, que parece haberse acostumbrado a que le señalen cada cierto tiempo, casos duros y hasta descarados que van dejando huellas malolientes en el mismo camino que se supone, deberí­amos construir el Reino.

Elizabeth Velásquez / A-1 720911

 


Haciendo una investigación personal con información de buenas fuentes, no puedo dejar de opinar lo que aquí­ expreso. Aclaro: no defiendo lo indefendible. Nunca lo he hecho. Si un sacerdote esconde sus actos delictivos tras el hábito clerical, hay que denunciarlo y por supuesto imponer las penas que correspondan. Pero también creo en la garantí­a del debido proceso, y sé que éste implica una etapa de investigación  antes de dictar sentencia. (Investigar… no callar, ni tapar, ni invisibilizar… Ojo  Sr. Arzobispo, Sr. Canciller, Obispos de la Curia. Ojo laicado del paí­s. Ojo Iglesia ¡toda!).
Pero como no defiendo lo indefendible, ni invisibilizo lo obvio, quiero reflexionar sobre  la “niña de su casa, que creció bajo el amor de toda su familia, que es muy católica y creyente apegada a sus principios, por lo que se encontraba muy cerca de la iglesia” (sic)… y que “maduró sosteniendo una relación que la hací­a más infeliz que feliz”.
Toda persona que denuncia, debe tener solvencia para hacerlo. Pero en este caso, parece que quienes se rasgan ahora las vestiduras, han olvidado que una relación de este tipo (¿indebida podrí­amos llamarla, para ser elegantes?), que pasó de “aventura” a cotidianidad, y que durante años fue consentida por toda la parentela de la “niña de su casa” hasta convertir al diácono y después sacerdote, en potencial yerno o cuñado, transforma inmediatamente en cómplices a todos los implicados en la porquerí­a que conllevó el amancebamiento. Simple y sencillo. 
¿De dónde ahora el escándalo y la denuncia por lo que fue statu quo de la vida familiar?  ¿Es que se busca castigo para el presunto culpable de intentar dar muerte a la niña por constituirse en “hechor” sin ver a todos los demás culpables que se han hecho los ciegos en el camino, siendo entonces “consentidor”? ¿Acaso no son todos ellos precisamente quienes han puesto a la niña de su casa en el blanco de cualquier acción anómala?  ¿Por qué condenar únicamente a quien empuja al precipicio a la “ví­ctima” y no a todos aquellos que han colaborado para arrastrarla hasta la orilla? 
¿Justicia buscamos? Entonces empecemos por ser justos.