Una semana después de asumir el cargo, el general, encargado de establecer una nueva estrategia en el país, prevé que los próximos meses serán difíciles frente a una insurrección islamista cuya violencia alcanza récords absolutos desde la caída del régimen de los talibanes en 2001.
«La situación de seguridad es grave (…), hay zonas donde los insurgentes talibanes lograron infiltrarse en las estructuras de gobernanza», explicó. «Así pueden (…) intimidar a la población, limitar la influencia del Gobierno y modificar el tejido social».
Esta infiltración es «el peligro mayor» para Afganistán, porque impide al Gobierno de Kabul, respaldado por las tropas internacionales, establecer su autoridad y desarrollar la economía, clave de la lucha contra la insurrección que a su opinión es fruto de la miseria y de la ausencia de poder.
«Hay zonas de este país donde este fenómeno es muy serio», asegura. Pero «no creo que sea irreversible», afirma.
El principal campo de batalla sigue siendo el sur del país, especialmente las provincias de Helmand y Kandahar, grandes cultivadoras de opio, donde surgieron los talibanes en el caos de la guerra civil en los años 1990.
Pero la inestabilidad afecta ahora a provincias del norte como Kunduz y Badghis, lo que hace temer al general McChrystal «un giro» en la situación de seguridad en el país, en la que «es muy importante concentrarse», afirma.
Afganistán tiene entre 26 y 30 millones de habitantes, pero sólo 169.500 policías y soldados, respaldados por 90.000 soldados extranjeros, mayoritariamente estadounidenses.
A modo de comparación, Irak, con una población similar, tiene a 615.000 hombres en sus fuerzas de seguridad y cuenta con el apoyo de 133.000 soldados norteamericanos.
Precisamenta a causa de su despliegue en Irak, Estados Unidos no había podido hasta ahora liberar tropas para enviarlas a Afganistán, explica el general.
Los refuerzos, de unos 21.000 soldados, que llegan ahora a Afganistán permitirán «ir hasta ciertos lugares y conservar allí una presencia duradera», sin verse obligados a partir por falta de efectivos, afirma.
McChrystal reitera la importancia de minimizar las pérdidas civiles, al tiempo que subraya que a menudo los insurgentes «utilizan a los civiles como escudos humanos», o incluso buscan su muerte para crear una mala reputación para las tropas extranjeras.
De hecho, el nuevo comandante emitirá en los próximos días una orden en la que llama a sus tropas a pensárselo dos veces antes de solicitar un refuerzo aéreo, según su portavoz.
Las víctimas civiles de los ataques aéreos alimentan la impopularidad de las tropas estadounidenses. Uno de los mayores errores norteamericanos ocurrió a principios de mayo en la provincia de Farah (oeste), durante un bombardeo en el que murieron 140 civiles según Kabul, «al menos» 26 según el Ejército de Estados Unidos.