Las últimas elecciones generales, realizadas en Guatemala el domingo 11 de septiembre, han sido las más cuestionadas desde que se inició el denominado proceso de apertura democrática en el país. Son las séptimas elecciones libres celebradas en democracia, sin embargo, nunca antes como ahora se presentaron una serie de anomalías, irregularidades y violaciones sistemáticas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, LEPP, que cuestionan al sistema político electoral.
Por ejemplo, campañas políticas anticipadas e ilegales, uso de recursos públicos, falta de transparencia de las organizaciones políticas respecto a sus fuentes de financiamiento, gastos desmedidos y millonarios de los partidos políticos que al menos en tres casos (UNE-Gana, Lider y PP) rebasaron en mucho el techo presupuestario establecido en la ley. Pero también hubo un claro clientelismo, sin faltar las difamaciones y campañas negras de desprestigio entre algunos candidatos contendientes. La violencia política que dominó parte del proceso electoral, es otro factor de desencanto, se produjo la muerte violenta de más de medio centenar de candidatos, dirigentes, activistas y simpatizantes de partidos políticos, riñas, agresiones, ataques y disturbios callejeros protagonizados entre contrincantes de distintos partidos, por supuesto, abundaron las amenazas, intimidaciones y toda clase de insultos e irrespeto a la dignidad personal. En pocas palabras, otra vez la clase política guatemalteca ha dado muestras de muy mal ejemplo.
Las actuaciones de las autoridades electorales, magistrados y funcionarios del Tribunal Supremo Electoral, TSE, también han dejado un mal sabor en la ciudadanía por la falta de rigor para la aplicación de la normativa electoral en aquellos casos en que algunos partidos políticos, en abierto desacato a la LEPP, iniciaron con mucha anticipación su campaña electoral, incumplieron con revelar a sus financistas y otro rosario de anomalías, que las autoridades del TSE fueron incapaces de evitar y/o controlar. Pero el colmo de la ineficacia del TSE se produjo el día de los comicios cuando quedó demostrado, tal como pude observarlo en varias mesas receptoras de votos, la poca preparación de los responsables y la deficiente calidad de la tinta que se suponía indeleble. Me sucedió en la mesa donde me correspondió ejercer mi derecho ciudadano y político, al momento en que me restregaron el líquido en el índice derecho, no me dejó ninguna marca, es decir, era un líquido incoloro. Para terminarla de amolar, por vez primera en las elecciones de los últimos 25 años, los resultados parciales y finales, de forma rara e inusual fueron presentados con demasiado retraso, al extremo que al día de hoy, aún no se han oficializado varios resultados, sobre todo en los departamentos de Huehuetenango y San Marcos. En esto y otros asuntos, el TSE está demostrando que algo está fallando.
Es notoria toda la avalancha de anomalías ocurridas antes y durante las elecciones generales y ante la acción u omisión del TSE en muchos aspectos; no es de extrañar que los Fiscales de los partidos políticos que participaron en los pasados comicios hayan lanzado fuertes críticas a los magistrados del TSE y calificando la primera vuelta electoral como un “fracasoâ€; además de señalar una serie de denuncias, manifestaron la “zozobra†que persiste en algunos candidatos a diputados por la no publicación de los datos oficiales que legitimen los resultados de las urnas. Así las cosas, vale la pena iniciar un proceso serio de discusión en la vía de promover un nuevo sistema político electoral, más incluyente y participativo.