«Un hombre inteligente es aquel que sólo cree la mitad de lo que escucha, uno brillante es aquel que sabe cuál mitad debe elegir».
Los estudiosos de la política se encuentran esmerados en encontrar una razón para explicar el porqué el régimen tradicional de partidos políticos ha alcanzado un nivel crítico de agotamiento y hasta cierto punto de caducidad, a lo mejor por el hecho de que estas organizaciones de derecho público no han cumplido con su función histórica de erigirse en garantes del desarrollo democrático de las sociedades a las que dicen representar.
Los fines de los partidos políticos en esencia son: legitimar el sistema a través de una práctica democrática interna y una fiel defensa del sistema democrático a través del proceso electoral; la intermediación entre la sociedad civil y el Estado; la gestión del ejercicio y alternabilidad del poder y una administración pública honesta y transparente de los asuntos públicos.
Nos encontramos en presencia de un generalizado desinterés por la participación y la incidencia desde la política – en algunas sociedades menos y en otros más- que se refleja en abstención y apatía por parte del ciudadano.
Existen sistemas políticos rígidos (normativos) con excesivos criterios jurídicos y numéricos y con una propensión a la burocratización emanada de leyes «candado», las cuales lejos de propiciar el surgimiento de fuerzas políticas entorpecen el aparecimiento de auténticas corrientes políticas. Es el ciudadano quien con su voto elige desde las urnas quién se va y quién se queda. La rigidez repito tiende al quiebre. He de mencionar que en ciertas naciones con un avanzado proceso de desarrollo democrático, el sistema tiende a ser por el contrario flexible en donde los «controles» no lo ejercen bajo normativas jurídicas arcaicas sino a través del voto que delega el ciudadano, paulatinamente se tiende a la uninominalidad como un punto de representatividad. Todo sistema político debe «oxigenarse» con propuestas innovadoras y con nuevos liderazgos, en un proceso cíclico y permanente, entendamos que el sistema político habrá de trasladarse a la forma de Gobierno y refleja al final el modelo de Estado que se construye. A un sistema político rígido le corresponde casi siempre un Estado rígido y lento que se refleja en el modelo de desarrollo. No defiendo un sistema político atomizado, defiendo un sistema político institucionalizado, el propio sistema se «depura» a través del voto que el ciudadano le confiere a determinada fuerza política.
La institucionalización democrática pasa por la institucionalización en el sistema, es decir partidos políticos fuertes, con definición ideológica firme y con línea programática evolutiva que entienda los tiempos pero que se adapte al funcionamiento de la administración publica: manejo político, económico y social y no solo administrativo. Los partidos políticos no son administradores de bienes, son ejecutores de bien social.
Dentro del proceso de institucionalización que debe sufrir el sistema para que incida en una auténtica democracia debe considerarse la formación ideológica; esta maduración de ideas políticas llevará a despersonalizar campañas y a concebirlas sobre las ideas, llevará paulatinamente a debatir propuestas concretas de desarrollo y por supuesto al aparecimiento de nuevos cuadros con auténtica sustentación política que respondan no a la coyuntura sino a la transformación estructural que tanto esperamos.
Esta tarde he querido a propósito reflexionar sobre un tema que podría dar para más que una columna. La coyuntura política que vivimos favorece la reflexión que se acompaña.
La finalización de cualquier proceso conlleva un análisis. Los guatemaltecos, luego de finalizado el proceso electoral debemos detenernos a meditar sobre una serie de aspectos importantes que van desde el aparecimiento de nuevos liderazgos tocando la institucionalización del sistema político con partidos fuertes y democráticos.
Interesante el hecho de que por segunda ocasión desde el año 1986 cuando gobernó un socialcristiano, el presidente electo declare una línea ideológica socialdemócrata sobre la cual habrá de girar su gestión y el planteamiento desde su partido.
Una eventual reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos, a mí entender deberá contener basado en el marco legal (Constitución), nuevos elementos que posibiliten una nueva institucionalidad democrática más flexible que posibilite el aparecimiento de fuerzas políticas no de carácter electorero sino con sustentación ideológica, transparentes, democráticas que promueven nuevos liderazgos nacionales.
*Carlos Escobedo Menéndez. Politólogo con orientación en Relaciones Internacionales y estudios de posgrado en Política y Derecho Internacional.