En esta semana, «trascendió» la noticia de que un grupo religioso cristiano protestante realizó una actividad para leer la Biblia de corrido, sin descanso, y muy satisfactoriamente comentaron sobre el «logro» de haberlo hecho en un tiempo récord de 40 horas.
Lo del tiempo récord es sólo un decir, explicado en parte porque ellos consideraban que se tomarían más tiempo, pero, en realidad, no había otro parámetro que sirviera de referencia para denominar esto como una nueva marca nacional. Pese a ello, al parecer sí hay un tiempo -de los denominados Guiness- que sí ha medido esa «hazaña», pero la marca la tiene un grupo en otro país, y con varias horas de diferencia menos. Sin embargo, como «buenos» chapines -que a pesar de todo aún sueñan con ir al Mundial de Futbol- el grupo evangélico se comprometió a intentarlo -tal vez- algún día.
Todo ello choca con la idea tradicional del análisis y la reflexión que se inculca en los niveles primarios de la educación. Nuestro tiempo nos obliga, cada vez más, a la rapidez de las cosas. Por ejemplo, una sopa casera es mucho más rica que una prefabricada, pero ésta está lista en menos tiempo, razón por la cual se valora esta última.
En todo caso, debería ser establecido como categoría diferente, porque la rapidez nos proporciona simplemente eso, mientras que el proceso paciente y cadencioso, generalmente, nos proporciona calidad.
En cuanto a la lectura, a nivel general, con un ejercicio veloz, el lector puede llegar a omitir una gran parte de la riqueza de un texto, a pesar de que hoy día se promocionan técnicas de lectura rápida.
Cabe destacar que estas técnicas de lectura rápida sirven para los casos de que se deben, obligatoriamente, leer textos que, en realidad, el lector no quiere leer, es decir, tal vez los reportes del trabajo, el contenido del examen del día siguiente, etc.
Aunque estas técnicas de lectura rápida ofrecen, además, la comprensión del cien por ciento del texto, éstas no ofrecen en ningún momento la reflexión y el análisis.
En primer lugar, la lectura ha sido considerada como una actividad de distracción. Es como que, por ejemplo, en años posteriores se desarrollen técnicas para ver películas o programas de televisión en forma rápida. Hoy día nadie optaría por esa posibilidad, ya que esto es más bien un gusto y una forma de recreación.
Ocurre lo mismo con la lectura, que es una distracción y una fuente de conocimiento, pero que por carencias que vienen desde la educación -y que no vienen al caso señalar- no se ha logrado inculcar en la población, sobre todo en la de los países pobres con deficiencias sociales como Guatemala.
Por eso, actividades como la de leer la Biblia completa en 40 horas, sólo refleja la visión «tortuosa» que tiene el guatemalteco para leer.
En cierto segmento de la población, el leer es aún un placer. Tomar un libro, una revista o un periódico para el fin de semana, puede ser motivo de varias horas de distracción y de formación, no sólo académica sino espiritual.
En el caso de la literatura (a menos que un escolar tenga comprobación de lectura al día siguiente y aún le falten 300 páginas), es aún más placer, porque hay en ella un ejercicio estético que provoca goce espiritual, y a quien le gusta no espera poder hacer esto rápido.
Más aún, si es que el lector le gusta hacer notas o apuntes con base en lo leído. Hay personas que se gozan de escribir notas en los márgenes de los textos, subrayar, hacer resúmenes tras la lectura o, comentar con sus palabras, sobre lo que va comprendiendo. De hecho, cuando una lectura realmente es satisfactoria para una persona, no se desea que acabe, sino que se alargue el libro o el texto indefinidamente.
Pero, más que una simple argumentación sobre el placer estético de la lectura (que bien podría acusarse de ser subjetiva), toda actividad intelectual del ser humano, y en especial la lectura, debe conducir a cierto tipo de reflexión y análisis de nuestra sociedad.
En el caso de la Biblia, éste es un libro lleno de simbolismos, además de ser el texto fundamental de varias religiones del mundo. Dentro de ella, existe mucha sabiduría, la cual no se ha terminado de descubrir, y que teólogos contemporáneos siguen encontrando nuevos significados adaptados a nuestra época.
Pero, ¿de qué sirve leerla rápido si no reparamos lo que hay en ella? De igual forma, puede decirse de cualquier libro: un escolar debe prestar atención a sus libros de texto, y es en los detalles donde normalmente fallarán en las respuestas al examen. Hay personas que tras leer una novela, no es capaz de repetir resumidamente el contenido. De hecho, el género literario más popular de nuestros tiempos es el cuento breve, ya que éste puede leerse rápido; en contraposición, las novelas extensas de 500 páginas no son tan populares.
Este simple hecho de haberse leído la Biblia en 40 horas, más allá de la loable actitud que los organizadores habrán puesto como objetivo, refleja en realidad más de nosotros como país.
Guatemala carece de paciencia para informarse, deleitarse y saborear -no sólo un texto- sino cualquier expresión intelectual de la vida. Nos gustan que nos cuenten las cosas, que nos digan por quién votar, qué pensar, qué leer, qué opinar sobre las películas, qué opinar sobre nuestros gobernantes… todo porque no somos capaces de tomarnos el tiempo de hacer las lecturas sociales para poder analizar.
De ahí es que nuestros comentarios generalmente sean de opinión fácil, de frases hechas, y que no logran salir de las posturas tradicionalistas. De esa forma, el status quo se logra mantener, ya que con la rapidez irreflexiva se capacitan a los autómatas que no logran analizar la situación.
Y eso puede verse a nivel general -sobre todo político- y no sólo en la lectura irreflexiva de la Biblia. He ahí el anuncio, hace semanas, del presidente de Guatemala de que esperan capacitar más policías en menos tiempo, sólo para poner un ejemplo.
La rapidez, pues, no permite la reflexión. Siendo un país con pocas posibilidades de sobrellevar la vida, nos hace falta un poco de calma para sentarnos y empezar a pensar un poco en lo que estamos viendo, leyendo, viviendo?