En medio de las enormes dificultades que para los países grandes fue la crisis financiera, es indudable que las medidas de reactivación empezaron a funcionar con relativa eficacia y ahora el mundo empieza a sentir que ya tocó fondo el deterioro y que se principia a vivir tímidamente la reactivación de la economía. Mucho mérito tuvieron los economistas que propusieron a sus gobiernos una participación decidida para invertir los recursos públicos en la generación de empleo y en la participación en el proceso económico que algunos criticaron como gestos socialistas, pero que al final de cuentas se mostraron adecuados para contener la debacle y evitar un colapso como el de la Gran Depresión.
Sin embargo, en Guatemala no hemos tenido la suerte de tener un gobierno con la visión y capacidad de asumir el papel que le corresponde de cara a una crisis económica de tan seria envergadura, acaso como resultado de que los principales economistas del Gobierno habían anticipado que aquí no teníamos nada que temer porque, dijeron, nuestra economía está blindada frente al descalabro mundial. Y más torpe quien les creyó y se atuvo, al punto de que ahora no sólo estamos viendo ya los efectos de la crisis en el sector privado, sino que también en el sector público que empieza a sufrir la reducción de los ingresos fiscales como consecuencia de la disminución de la actividad económica.
Algunos economistas consideran que en el caso de Guatemala la reactivación no llegará antes del segundo semestre del próximo año, es decir, dentro de más de doce meses, mientras que otros países con mayores dificultades iniciales que el nuestro ya están empezando a ver la luz al final del túnel. La diferencia está no sólo en la decisión y capacidad de los gobiernos, sino en la claridad y entendimiento de sus asesores económicos que, tristemente, en el caso de Guatemala se equivocaron de cabo a rabo.
Es más, no contentos con equivocarse de manera tan rotunda en sus previsiones, pusieron además su granito de arena al cambiar las reglas de juego en política monetaria, propiciando una devaluación que benefició mínimamente a un puñado de exportadores y castigó al resto de la población. Y hoy, con una economía deprimida y sin aliento por la ausencia de políticas públicas coherentes, abren los ojos para darse cuenta de cuán equivocados estuvieron, pero no atinan a diseñar acciones concretas de respuesta. Las más optimistas previsiones para el país nos señalan que sufriremos época de vacas flacas por lo menos por un año más, cargando la mano como siempre, a los que menos tienen que tendrán que sacrificarse más en esa coyuntura.