Sin quedar bien con ninguno


La fijación del salario mí­nimo se convierte en un rito anual en el que el Gobierno, haga lo que haga, termina quedando mal con Dios y con el diablo, puesto que nadie resulta contento con la decisión. Unos porque la consideran insuficiente para llenar sus necesidades vitales y los otros porque argumentan que incentivará el desempleo porque harán recortes de personal. Curiosamente, sin embargo, la mayorí­a de empresarios afirma que pagan salarios superiores al mí­nimo, pero no obstante eso, las quejas son abrumadoras.

Oscar Clemente Marroquí­n

El tema salarial ha sido históricamente motivo de controversia por la naturaleza misma del ser humano que trata de pagar menos, pero de cobrar más. Todo aquel que tiene que erogar dinero de su bolsa, sea para comprar bienes y pagar servicios, trata de hacerlo al menor costo posible, mientras que el vendedor o proveedor del servicio trata de obtener la mayor utilidad. Esa realidad es fuente de la economí­a, que algunos califican de ciencia aunque resulta difí­cil que produzca resultados concretos y constantes cuando se trata de cuestiones relacionadas con aspectos tan subjetivos como la codicia y la avaricia. La decisión del Gobierno ayer tiene que verse como un esfuerzo por permitir que cualquier trabajador disponga, por lo menos, de recursos para cubrir la canasta básica alimenticia. De hecho la cifra resultante del alza salarial equipara el ingreso del trabajador con el costo de la alimentación, pero eso significa que no permite cubrir otras necesidades que también son básicas para el ser humano. Ciertamente que los aumentos salariales tienen impacto en la economí­a, pero resulta extraño que nos digan que ahora no es momento de subir sueldos porque estamos en crisis y que lo que hace falta es alentar inversiones para generar más empleo. ¿Querrá eso decir que en épocas de bonanza los empleadores estarí­amos más dispuestos a ofrecer aumentos salariales acordes con el monto de las ganancias adicionales? La importancia del salario es indiscutible y de hecho la economí­a tiene que girar alrededor del tema. El problema es cómo alcanzar un salario justo, porque la idea de los empresarios de que se discuta con base en productividad serí­a buena si existiera un método para hacerlo, pero cuando lo que están haciendo es únicamente encontrando la fórmula para impedir la discusión del salario mí­nimo, obviamente no vamos a ningún lado. En ese sentido me parece correcto que el Gobierno, por lo menos, establezca un parámetro lógico en el tema salarial al equipararlo con la canasta básica alimenticia, lo cual puede no ser el ideal, pero al menos responde a una lógica que se relaciona con la cobertura de las necesidades elementales de la población. Podemos pasar dí­as, meses y años discutiendo el tema del salario para determinar quién tiene la razón, si el empresario que no lo quiere subir o el trabajador que demanda más. Eso es parte de la historia misma de la humanidad, no digamos de la ciencia económica. Pero desde el punto de vista pragmático hay que ver que lo resuelto puede ser en realidad una buena opción, aun entendiendo que no necesariamente es la decisión más justa ni la más correcta, pero al menos tiene asidero en las cifras que se van ajustando anualmente en el tema elemental y básico de lo que una familia requiere para comer.