El titular de esta columna puede hacer pensar en el futuro inmediato, es decir, en lo que nos depara la política nacional que en poco más de año y medio pondrá a prueba la madurez cívica y ciudadana de los guatemaltecos para elegir a sus próximas autoridades, puesto que mucha gente siente desazón al ver el panorama e imaginar entre las opciones que habrá que escoger en las elecciones del 2015. Sin embargo, no me quiero referir a ese tema sino a la ausencia de planificación para enfrentar los grandes problemas de Nación porque no se tiene ni claridad ni norte sobre lo que queremos y debemos construir.
ocmarroq@lahora.com.gt
Creo que los últimos esfuerzos de planificación seria en el país se remontan a los años setenta, cuando al menos el gobierno central adoptaba planes quinquenales y en la Municipalidad de la Ciudad de Guatemala se elaboró el EDOM 2000, que era el Esquema Director del Ordenamiento Metropolitano con visión para treinta años. Luego se propagó la tesis de que el Estado no tenía por qué planificar el futuro y que la planificación era un concepto socialista por el papel que desempeñaba en fijar las directrices para orientar el desarrollo nacional en el largo plazo. Lo cierto es que abandonamos por completo aquella visión que, entre otras cosas, permitió construir el acueducto Xayá Pixcayá y sentó las bases para la construcción de Chixoy, obras sin las cuales ahora estaríamos en verdaderas angustias porque la ciudad tendría menos agua y el país no tendría electricidad. Fue la época en que se construyeron y equiparon los últimos hospitales, escuelas e institutos eficientes, complejos deportivos, el inicio del anillo periférico y otras obras de beneficio para la comunidad, sin que ello signifique que toda la obra haya sido transparente porque ya entonces la corrupción campeaba.
Llevamos años, sin embargo, viviendo el día a día con gobiernos que, si mucho y cuando muy bien les va, hacen el papel de bomberos para apagar los incendios que se provocan por la ausencia de políticas integrales y de largo plazo. El resto del tiempo, el poder público sólo sirve para hacer negocios, trinquetes que enriquecen tanto a los políticos como a sus socios contratistas y proveedores, amparados por el régimen de impunidad que se ha ido perfeccionando. Ha calado tanto la propaganda de que el Estado no debe meterse a dirigir nada que no hay siquiera políticas para encarar nuestros grandes retos con visión de futuro.
Desde Xayá Pixcayá no se ha vuelto a traer agua por gravedad y la red hospitalaria y de escuelas no crece al ritmo de la demanda pública. No hay respuesta para resolver el problema de transporte en el área metropolitana y la construcción vial es únicamente con criterio clientelar, sin visión técnica, mucho menos de futuro. Las cárceles están atiborradas y no hay un plan para resolver el problema porque las autoridades de presidios prefieren lucrar con el desorden y hacinamiento que ver hacia el futuro.
Es angustiante ver qué país estamos dejando a nuestros hijos y nietos, carente de expectativas ni de esperanza. Si a eso agregamos lo que nos depara el futuro político inmediato, es como para pegar de gritos pero todos nos hemos acomodado y acostumbrado a vivir el día a día.