Sin democracia y sin ciudadanos


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La situación nacional está cada vez más compleja. Hemos descendido de una precaria y deficiente presencia institucional (entendido como las entidades públicas), a una creciente desconfianza e incertidumbre por el desempeño gubernamental. La riqueza se sigue concentrando en pocas manos y de la brecha de la pobreza y extrema pobreza, nos queremos hacer los papos. Los normalistas podrán no tener razón alguna para protestar. Pero, evidentemente que con su actuación se inicia el brote del despertar ciudadano. Pareciera entonces que negarles a los normalistas la posibilidad de dialogar es una forma más de afirmar la inexistencia de la democracia en nuestro país. Con su derrota perdemos todos.

Walter Guillermo del Cid Ramírez
wdelcid@yahoo.com


Para que en una sociedad se puedan promover exitosamente los cambios que ella misma necesita, es necesario que éstos se apuntalen con argumentos persuasivos, no con posturas impositivas. La educación en nuestro país es uno de los principales pilares más descuidados. En algún momento, desde el ámbito público, se privilegió la calidad docente, la innovación en la aplicación de los métodos didácticos más exitosos. Se llegó a hablar inclusive de la “educación personalizada”. Hoy todas las bondades de las metodologías exitosas que puedan aplicarse en torno al proceso educativo se encuentran en manos de establecimientos privados. La educación pasó paulatinamente de bien público a una actividad lucrativa y totalmente propia del mercantilismo de los inversores privados. Ahora se habla de los “colegios de garaje”, aquellos que ofrecen las más creativas denominaciones de su supuesta especialidad y que van acordes con las terminologías de moda. A ellos poco o nada afectan las regulaciones. Son los pilares de nuestra mediocridad educativa. Son los pilares de nuestro subdesarrollo.

¡Algo hay que hacer! Lo sabe muy bien la responsable del Ministerio de Educación. Hoy se nos revela que el 65% de los jóvenes graduandos de magisterio de cada año, son egresados de “centros educativos” privados. Se pone de manifiesto entonces que el descuido en materia educativa ha sido totalmente de adrede y sostenido a lo largo de las últimas décadas. “Si camina como pato, si suena como pato, si tiene la apariencia de pato, entonces seguramente es un pato”. Si en nuestra sociedad priva la mediocridad, si actuamos como mediocres, si con nuestras intransigencias enaltecemos la mediocridad, entonces seguramente somos un país cuya población es mediocre.

El fracaso al diálogo en torno a esta reforma educativa, es el fracaso a la posibilidad que estos jóvenes encuentren en la futura conducta ciudadana un puntal seguro para garantizar la solidez de nuestra democracia. El anuncio de medidas coercitivas y la aplicación de sanciones no harán más que complicar el escenario. Entonces ¿qué hacer? Hay que revisar los procedimientos empleados. Vuélvase a punto que pueda calificarse “de partida”. No hay que ofrecer cuestiones que no se puedan cumplir. El problema de la formación docente no es exclusivo de los jóvenes de ahora. El problema de la formación docente es un problema de la sociedad en su conjunto. Es valedero revisar, formular, proponer y discutir las vías de cambio, las reformas a impulsar. Pero no es dable imponer, sojuzgar y humillar las posibles deficiencias en las argumentaciones de los jóvenes normalistas. Ellos son ciudadanos en ciernes. Están en el proceso más importante para que esta sociedad aprenda a superar esta atmósfera de asfixiante mediocridad.

El tiempo es inexorable. Transcurre. Se nos va y no vuelve. Es un bien que al no atesorarlo es imposible utilizarlo en nuestro provecho. No pierda más el tiempo la autoridad. No se reste autoridad queriendo ser absolutista y que priven únicamente sus criterios. Nuestra historia ha estado llena de intolerancias, de actitudes sectarias, limitativas, coercitivas, discriminantes. Nuestra historia es la negación continuada a una sociedad verdaderamente democrática. Si estos jóvenes carecen de fundamento, háganse valer por razones, no con imposiciones. Muchas personas, demasiadas tal vez, se avergüenzan de su precaria participación ciudadana, son ajenas al entorno que les rodea, y simplemente señalan lo que no entienden, lo que no conocen, como de actitudes propias de revoltosos o montoneros carentes de un sentido de dirección. Si la Ministra y quienes le asesoran se “bajan” de su pedestal por unos momentos y a partir de ahí valoran la posibilidad de alcanzar honestos acuerdos, entonces quizás se pueda recuperar la necesidad de entender los cambios que la educación en nuestro país necesita. No es posible que continuemos sin democracia y sin ciudadanos.