Por principio, creo que en cualquier país democrático los partidos políticos son instituciones que tienen que trabajar todos los días para impulsar sus respectivas plataformas ideológicas y, en tal sentido, las campañas son permanentes porque en el desarrollo político no hay nada peor que grupos de atalayadores que se activan cada cuatro años, cuando vienen las elecciones, para dar un zarpazo o esperar un golpe de suerte, sin realizar trabajo serio de organización e intermediación con fines políticos.
ocmarroq@lahora.com.gt
Es aberrante suponer que un líder político no pueda ni deba hablar hasta que se hace la convocatoria a elecciones porque todo lo que diga o haga se considerará campaña política ilícita. Cierto es que nuestra ley así lo consigna y establece, pero eso no significa que la norma sea correcta ni, mucho menos, que esté tutelando nada positivo. Por el contrario, lo que un país que aspira a consolidar la democracia necesita es un amplio y profundo debate político permanente. Si algo nos hace falta en Guatemala es ver a una oposición que actúe como tal, siendo contrapeso del oficialismo y proponiendo su propia agenda para que la población conozca cuáles son sus reales propósitos. Una oposición que se limita a decir que no a todo lo que dice el Gobierno no está construyendo nada ni realizando una labor edificante de cara a la consolidación del modelo democrático porque no está ofreciendo alternativa y se limita a entrampar propuestas por prurito. El caso es que en Guatemala la campaña electoral está abierta aunque de manera hipócrita y disfrazada, porque sin reconocer la existencia de candidaturas, algunas de ellas están ya en plena labor de proselitismo y, en no pocos casos, utilizando recursos públicos para impulsarlas. El oficialismo, por ejemplo, no tiene ninguna figura que pueda competir con la muy promocionada de la esposa del presidente Colom y sin titubeos se trabaja abiertamente para promocionarla como la expresión de un liderazgo político que se preocupa intensamente por la gente más pobre y necesitada y, para ello, los programas sociales del Gobierno sirven para darle forma tangible a la imagen que se quiere proyectar. Quien tenga la menor duda sobre el papel que está jugando la señora Sandra de Colom está en puritito gallo, porque no hay lugar a ninguna duda respecto a lo que se proponen y cómo lo quieren realizar. Otros candidatos están saliendo al interior del país para proyectar su imagen y tal vez lo hacen con menos recursos y sin proyección pública porque está visto que el rasero en el Tribunal Supremo Electoral no se aplica por parejo, lo que significa que varía la intensidad del proselitismo, pero no sus intenciones ni definiciones. Personalmente creo que es una soberana estupidez querer construir un sistema democrático con partidos que sólo tienen expresión electorera y eso es lo que por norma legal se define en nuestro país. La razón de ser de todo partido político es propagar un mensaje, ganar adeptos para su causa y triunfar electoralmente, pero pretender que ese trabajo únicamente se haga mientras está vigente la convocatoria a elecciones es no sólo una torpeza, sino una invitación a que se viole tan absurda norma. Si no fuéramos hipócritas y se hablara a las claras, a estas alturas tendríamos que estar ya en el debate sobre la norma que establece requisitos y prohibiciones para optar a la presidencia, pero como preferimos hacernos babosos de lo obvio, ese tema quedará para cuando formalmente se pueda hacer campaña y, de paso, tengamos una Corte de Constitucionalidad a la medida.