No es que ande detrás del hueso ni cosa que se parezca, pero por seguir viendo que se emplea la misma estrategia de aparentar, como el exagerado afán por cuidarse la imagen quienes ocupan ese despacho, me impulsa a escribir de que no es tanto la cantidad de soldados o de policías que se empleen para velar porque la ciudadanía disfrute un tanto de seguridad, sino la calidad de los servicios que se prestan, lo que solo se logra con la buena capacitación y entrenamiento de sus ejecutores.
El sábado de la semana pasada, antes de las siete de la mañana, subía por la quinta calle de la otrora «tacita de plata» que constituía el Centro Histórico de la ciudad capital y me topé, literalmente hablando, con una docena de agentes de la PNC y soldados del Ejército Nacional. Platicaban entre sí muy animadamente, disfrutaban del fresco amanecer, preludio de la época lluviosa, sin dejar de chiflarle a la mucama que presurosa regresaba de la tienda con su bolsa plástica llena de enteleridos francesitos y diminutas hostias con forma de panes de manteca. Cosas como estas son las que tienen hasta el copete a mis paisanos al vivir preguntándonos ¿por qué no se ven los «agentes de seguridad» cuando la Rosita sale angustiada de la maquila para su casa para ver qué tal pasaron el día los chirises encomendados a la suegra?; ¿cuándo será el día que don Tomás pueda ir tranquilo con sus fierros en camioneta a repararle «el arbolito» del inodoro a aquel su cliente que siempre el encarga los chapuces fontaneros?
De ahí que si yo fuera ministro de seguridad, justicia, gobernación, del interior o como se llame, me preocuparía porque los guardianes del orden fueran EFICACES, no que desde los funcionarios para abajo solo sirvan para aparecer ante las cámaras de televisión y de fotografía, acompañando al presidente y a la señora ministra muy emperifollados visitando las «zonas rojas» en donde dizque se producen los asaltos a autobuses y ¿qué hay de las rosadas, verdes y amarillas áreas industriales o de los asentamientos abandonados a su suerte en donde ni un farolito alumbra sus calles desiertas? ¿Tan difícil es patrullar las 24 horas del día, para qué entonces se compraron tantas unidades móviles?
Como no soy obcecado defensor de los derechos humanos, me parece bueno que hayan 1,500 soldados más en las calles pero ¿qué hay de los que no patrullan sino que están al servicio de los de cuello blanco?, ¿quién dijo que se acabarían los privilegios?; ¿y qué pasó con sus flamantes asesores que siguen sin prevenir el delito dejando la venta y expendio de toda clase de productos alucinantes en cualquier esquina de barrio? Aseguro que ellos sí andan debidamente protegidos y ¿del resto de la población qué?