Esta mañana comentaba con Eduardo Villatoro la enorme cantidad de reacciones que ha provocado su «atrevimiento» al cuestionar el nombre de la ya célebre Carretera a El Salvador, escrito que despertó toda una polémica alrededor del tema como si fuera una de las cuestiones más importantes de la vida nacional. Guayo ha escrito infinidad de artículos muy serios sobre temas de fondo, no de fondillo como diría Romualdo, y sin embargo sus lectores no reaccionan en tales ocasiones con el encono que lo hicieron en esta ocasión.
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Es una maravilla para los comentaristas tener este tipo de retroalimentación porque nos permite ir midiendo reacciones de nuestros lectores y, por supuesto, medir si nuestra propia percepción de las cosas es compartida por otras personas o simplemente rechazada. Pero no deja de ser importante ver que es una especie de constante que mientras más seriedad y profundidad tiene un tema, menor cantidad de reacciones genera, acaso porque la complejidad hace que muchos se abstengan de emitir su propia opinión.
Pero cuando se discute si la Carretera a El Salvador debiera llamarse Carretera a Pavón, a Barberena o a Jutiapa, entonces sí que se arma el alboroto. Le decía yo a Guayo que picó el hormiguero al abordar el tema y que en realidad nunca me imaginé, cuando leí su primer escrito, que fuera a ser el generador de una participación tan alta de lectores dando a conocer su punto de vista. Y lo peor de todo es que hasta en cuestiones de este tipo hacemos gala de intolerancia y de incapacidad para debatir sin recurrir al insulto. Muchos lectores hacen como el presidente Colom, y en vez de argumentar alrededor del tema central, se desahogan lanzando insultos a quienes no piensan como ellos, lo que demuestra que vivimos en una sociedad con más polarización de lo que uno quisiera.
Y si las diferencias fueran por cuestiones de fondo que tienen que ver con el futuro de nuestros hijos y nuestros nietos, digo yo, valdría la pena que mostremos ese apasionamiento para defender nuestro punto de vista. Pero hacerlo así simplemente para decidir cómo se le puede o debe llamar a una vía es, a mi juicio, una muestra de cuán dados somos a la superficialidad. Creo que es un punto de sana discusión si es semánticamente correcto hablar de la Carretera a El Salvador, pero obviamente son las otras connotaciones del término, más allá de la corrección del lenguaje, lo que despierta las pasiones.
Estamos viviendo en una situación crítica en aspectos como transparencia, seguridad ciudadana y economía, temas que debieran consumirnos el seso para que como colectivo social hagamos aportes y enriquezcamos un debate amplio con relación a lo que debemos y podemos hacer frente a esas situaciones. Y de hecho hay atisbos de debate, pero se esfuman cuando uno se da cuenta que si vamos a hablar de cómo nombrar a la Carretera a El Salvador hasta se desenvainan espadas, mientras que el éxito de la convocatoria de monseñor Quezada para manifestar rechazo a la violencia no tuvo las consecuencias entre la opinión pública que debió haber tenido. En fin, son las paradojas de la comunicación que, en resumen, reflejan las paradojas de nuestra realidad.