Cuando el presidente de un país que se debate entre la vida y la muerte por tanta atrocidad que comete la delincuencia anuncia que el número de homicidios se ha reducido considerablemente, a todos nos causa asombro porque los registros de hechos delictivos no son del todo confiables, cosa que no es primera vez que lo aseguro debido a que no todas las causas de las muertes son científica y debidamente comprobadas para tener la certeza de su tipo y origen. En segundo lugar, porque tantas mentiras han dicho las autoridades, que para recuperar la confianza perdida por la población va a pasar mucho tiempo.
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Son tantas las muertes causadas por asesinatos u homicidios que sin exagerar, la población vive con la impresión de que ese riesgo nos amenaza a todos sin excepción. Sin ir tan lejos, ayer por la mañana una de mis hijas presenció cómo un par de individuos le abrían el baúl a un carro, le extraían la llanta de repuesto y partían raudo y veloces del lugar. Minutos después se me hacía dificultoso llegar a mi oficina porque un aguerrido transeúnte había sorprendido a unos ladrones cuando asaltaban a una persona que acababa de salir de un banco después de haber cambiado un cheque y al tratar de detener el atraco había matado a uno de los asaltantes y la propia víctima había resultado herida.
De esa cuenta, cualquier ciudadano que escuche al Presidente hablar sobre una reducción de homicidios no lo cree y en el mejor de los casos lo pone en tal duda, que ni por asomo le da credibilidad al discurso, declaración, mucho menos a un mensaje publicitario. El mismo día antes citado, los vecinos de una pequeña aldea de Amatitlán pudieron ver asombrados cómo de un picop tiraban un cadáver y cuando llegaron los bomberos, que son vistos por la población como Ángeles de la Guarda y la Policía pudieron comprobar que estaba atado de pies y manos, como que era originario de El Salvador, por lo que asumieron (veloces y eficaces que son nuestros agentes) que se trataba de una “venganza entre pandillas”.
De esa manera la población ha ido perdiendo la esperanza de que las cosas en Guatemala cambien algún día, ambiente e impresión que se ha ido acrecentando porque se siguen empleando las mismas prácticas de los gobiernos anteriores en que se manipula la información o bien se sesga de tal manera que, en vez de aclarar el panorama todavía lo ensombrece más, con el agravante que en vez de aumentar las esperanzas la frustración se ha generalizado. Nos alegra mucho saber que la señora Vicepresidenta reconozca que de continuar como hasta ahora, seguiríamos haciendo “más de lo mismo”, pero es una locura su apelación a “reformar al Estado” pues con solo cumplir y hacer que se cumpla la ley actualmente vigente es más que suficiente.