Ayer por la tarde, sufriendo un intenso frío de menos siete grados centígrados, poco menos de los 20 grados Fahrenheit, nos dirigimos con mi hijo Oscar al edificio del Pittsburgh Post Gazette, el diario más importante de esa ciudad que antaño se distinguió por la industria del acero y que actualmente es conocida por el papel que juegan las numerosas universidades que la han convertido en la ciudad del conocimiento. Hace algunas semanas, mi hijo participó en el equipo de médicos que atendió al señor David M. Shribman, editor ejecutivo y vicepresidente de la empresa y al saber que venía de una familia de periodistas, le invitó a que cuando yo viniera pudiéramos ir a la redacción del periódico.
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David Shribman nos permitió gentilmente participar en la reunión diaria del Consejo Editorial en la que deciden qué noticias irán en la portada del diario, por lo que conocimos a los editores de cada una de las secciones y estuvimos presentes en la discusión para valorar la importancia de cada una de las noticias cuya inclusión en la página frontal era propuesta por el responsable de sección. Una experiencia muy similar a la que se vive diariamente en todos los diarios del mundo cuando ya se ha recopilado prácticamente toda la información del día y se tiene que sopesar la trascendencia de cada noticia para decidir su ubicación al imprimir la edición.
La conversación entre periodistas tiene denominadores comunes que nos facilitan la comprensión mutua y cuando hay líneas o tendencias más o menos similares en el enfoque editorial, como frecuentemente ocurre cuando el Post Gazette aborda temas de política internacional y del papel de Estados Unidos en el Golfo Pérsico en forma y enfoque tan similar al que tenemos en La Hora, es mucho más fácil esa relación. Pero David Shribman estaba realmente atendiéndonos por mi hijo, quien tuvo a su cargo el cateterismo que le hicieron antes de ser sometido a una operación a corazón abierto sobre la que él escribió el domingo anterior en su columna semanal y cuando lo presentaba con los miembros de la redacción les decía que él era uno de los culpables de que estuviera de vuelta en el trabajo y que si tenían algo que reclamar que aprovecharan el momento.
Y recordaron cómo, cuando Oscar entró a la habitación del hospital, él le preguntó si ya había hecho ese procedimiento varias veces, y Oscar le respondió bromeando que no, que por primera vez entraría a un laboratorio de cateterismos, pero que ya que hablaban a ese nivel de confianza, le advertía que él era un fanático de los Yankees, puesto que David Shribman, nativo de Boston, había escrito una célebre columna cuando los Medias Rojas ganaron la serie mundial hace un par de años.
Evidentemente se estableció un buen vínculo entre ellos y eso me permitió conocer a un periodista con amplia experiencia, que trabajó muchos años en Washington donde tuvo a su cargo la corresponsalía del Boston Globe, diario para el que trabajó antes de moverse a Pittsburgh. Y visitar a un diario que es propiedad de una empresa familiar, fundado en 1786, lo que lo hace uno de los más antiguos de los Estados Unidos, cuya línea editorial he ido conociendo porque con mucha frecuencia Oscar me envía por correo electrónico alguno de los editoriales o columnas que publica sabiendo que reflejan una línea editorial con muchas similitudes a la que tenemos tanto para temas locales como internacionales en La Hora.