Es curioso ver la respuesta del Estado ante ciertos fenómenos. Digo curioso, por no decir frustrante, porque en general hay tres tipos de reacciones: «dejar hacer, dejar pasar», enfrentarlo con violencia, o a través de la religión.
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Ante lo frecuente que han sido los suicidios tirándose desde el puente Martín Prado Vélez, más conocido como del Incienso, el Gobierno tuvo la ingeniosa idea de imponer una guardia militarizada, que empezó siendo de cuatro soldados, y que después, se incrementó a seis, debido a que los primeros no se dieron abasto y no lograron evitar algunas muertes.
¿Qué mensaje da esto? «De aquí nadie se escapa, cabrón», parece decir el puente del último suspiro. No sé qué preparación mental tengan esos soldados, pero las habilidades persuasivas del Ejército siempre han sido las balas, lo cual es irónico en esa situación. ¿Qué le dirán a los suicidas? «Si se tira, lo mato». Quizá ese toque de humor salvaría alguna vida, pero en el caso de los desesperados, creo que no.
Y ante este fallido -por no decir torpe- intento, una congregación cristiana protestante tuvo también la magnífica idea de pintar en una casa del fondo del barranco con el mensaje «Cristo te ama», así como varias calcomanías a lo largo de la baranda del puente con el mismo mensaje, con el objetivo de persuadir a quienes han perdido la fe para que no lo intenten.
Seguramente, los suicidas crecieron en esta cachureca sociedad, que te repite en la escuela y en la sopa: «Cristo es la respuesta», y sí, habrán pensado los desesperados, lo único es que ellos no supieron nunca cuál era la pregunta, y que si decidieron tirarse es porque ya ni siquiera temen a Dios.
No dudo que los soldados o la campaña religiosa logró persuadir a más de algún suicida a cometer su acto final… Sin embargo, esas son estrategias que sólo enfrentan la consecuencia, pero no la causa.
Supongo que los indicadores de salud mental no preocupan mucho a los gobiernos. Para un Estado, es preferible mantener estables los indicadores macroeconómicos: una inflación controlada menor al 10%; un desempleo menor al 6%, y un tipo de cambio más o menos inamovible.
Pero detrás de esa inflación controlada, hay un ama de casa que regresa frustrada porque ya no le alcanza para comprar lo mismo; detrás de ese bajo porcentaje de desempleo, hay un hombre que tiene varios meses de no conseguir un empleo formal; y detrás de ese tipo de cambio -que sólo interesa a exportadores e importadores- hay gente que camina cabizbaja, arrastrando la moral, sin que el Gobierno se le ocurra qué hacer.
Tampoco creo que estos indicadores de salud mental sean adecuados para mostrar el avance de un pueblo; ni siquiera, pueden servir para saber cuán «feliz» es un país, ámbito que no le corresponde al Gobierno meter sus narices. El Estado, por lo menos, debería dar los satisfactores personales, familiares y sociales básicos para sus pobladores, pero sabemos de sobra que eso no sucede.
Mientras tanto, los diputados se pelean a trompadas en el Congreso, los magistrados de la CSJ no logran elegir a su presidente, y el Gobierno sigue alucinando complots, sin imaginar que quizá otro ciudadano se encamine hacia el puente del Incienso para dar un salto liberador y escapar de este país en donde nunca se sintió a gusto. (http://diarioparanoico.blogspot.com)