Si se pone enfrente, lo atropellan


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El adelanto de la campaña electoral evidenciado en la propaganda política que aparece sin timidez a lo largo y ancho de la ciudad y las carreteras del país, son una muestra elocuente de algunas cosas que deberíamos analizar no solo para sacar lecciones teórico-conceptuales, sino para tomar medidas y obligarnos a actuar.

Eduardo Blandón


En primer lugar, me parece que tanta prisa obedece a un deseo profundo por alcanzar el poder a como dé lugar. Los candidatos Manuel Baldizón, Roberto González y Roberto Alejos dan muestras de una sed peligrosa por conquistar la cumbre sin ni siquiera mostrarnos un horizonte posible que nos induzca al voto.

Esto nos lleva a la segunda lectura: ese querer inescrupuloso de los candidatos manifestado en las vallas cada día más abundantes es una muestra de lo poco que les importa obedecer las leyes del país. Así es. Hablan de amor a Guatemala, de su transformación profunda, pero lo hacen desde la ilegalidad. ¿Cómo se les puede creer si ellos mismos “roban, mienten y abusan”, como afirmaban también hipócritamente los corruptos del pasado?

Por principio no se puede tomar en serio a una organización política que desde la manipulación o la indiferencia a las leyes intentan hacerse del poder. Pero, además, esos partidos son sospechosos por las sumas cuantiosas que invierten en sus campañas. De aquí que la pregunta sobre el origen del dinero sea siempre pertinente: ¿Quién los patrocina? ¿De dónde proviene el dinero? ¿Pueden rendir un informe de sus financistas? Evidentemente no. Por eso siempre serán vistos con recelo y sospecha.

Tanto deseo por llegar a Casa Presidencial no hace sino intuir que el negocio político es apetitoso al paladar. Revela que más allá del anhelo de servir humildemente al país, existe una vocación por vivir a costa del erario público. Eso explica por qué tanta lucha por conquistar un puesto público: ministro, diputado, secretario… o Presidente. Por lo visto vale la pena sacrificarse con tiempo porque las ganancias son pingües.

Con tanto descaro a la vista, no es extraño que la gente (como usted y como yo) terminemos decepcionados de la política y nos dé tanto bostezo escuchar sus propuestas o ver sus photoshops en las vallas. Es que realmente la política en nuestro país se ha vuelto un juego absurdo con fines claros: la corrupción, el poder y el tráfico de influencia. Estamos lejos de honrar el juego limpio y el gusto por llevar a Guatemala por las sendas del progreso y el bien.

Pero lo de las vallas es solo el inicio: aún hay más. Solo recuerde que el apetito de los partidos políticos es insaciable y que están dispuestos a todo. Tenga cuidado porque si se pone enfrente, lo atropellan. No queremos más mártires.