Si se perdió Woodstock, todaví­a puede conseguir la camiseta


La exhibición de los objetos que caracterizan al movimiento de la época en el Centro para las Artes que conmemora el cuarenta aniversario del festival.

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<p>Bienvenidos a Woodstock, proclama un cartel en el lugar del legendario festival de amor, drogas y rock. Este es un lugar «libre de humo», aclara el letrero. El 15 de agosto se cumplen 40 años desde que medio millón de personas acamparon en Bethel, un pueblo al norte de Nueva York, para tres dí­as de marihuana, desnudez, paz, barro y música.</p>
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Aunque la famosa colina que forma un anfiteatro natural no ha cambiado, el cartel de bienvenida deja bien claro que el lugar -al igual que muchos hippies- evolucionó hacia algo muy distinto.

«Prohibido intoxicarse en público, prohibido instalar carpas o sombrillas, prohibido acampar», reza el letrero. «Prohibido poner música a alto volumen».

El 15 de agosto habrá música, pero será un concierto de un puñado de sobrevivientes de 1969, que tocarán para un auditorio limitado y bajo control.

Otros eventos del aniversario incluyen un film de Ang Lee, «Taking Woodstock», que se estrenará este mes, así­ como numerosos libros y CDs.

Lo que nadie intenta siquiera reproducir es el evento original, el concierto de rock más grande de la historia, una extraordinaria manifestación de esperanza y protesta en el corazón del convulsionado Estados Unidos de los 60.

La idea regresó a menudo, pero el espí­ritu del 69 no se deja atrapar fácilmente.

Los organizadores originales, incluyendo uno de los principales, Michael Lang, esbozaron el proyecto de armar un concierto para celebrar el aniversario, incluso en Nueva York, pero la idea no prosperó.

Su último gran evento, un concierto que marcó el 30 aniversario en 1999, todaví­a se recuerda como un gran fracaso que terminó en disturbios.

Todo esto ha dejado a los hippies nostálgicos y a sus admiradores más jóvenes muy lejos del venerado y hoy curiosamente aséptico campo de Bethel.

Desde el enorme estacionamiento, los visitantes cruzan un área con césped y otro cartel les dicta el reglamento para los picnics, antes de pagar 13 dólares para acceder al lugar.

Las exposiciones del museo, que se parece a un centro de conferencias suizo, relatan la historia del concierto y las convulsiones de la época, desde el asesinato del lí­der negro Martin Luther King a la guerra de Vietnam, pasando por la llegada del hombre a la Luna.

Con leyendas como Jimi Hendrix o Janis Joplin cantando en la pantalla, los visitantes pueden interactuar tocándola con los dedos. También pueden tener acceso a los autobuses con decoración psicodélica a bordo de los cuales llegaban los jóvenes a Bethel hace cuatro décadas.

Reina un ambiente de parque de atracciones, pero el director del museo Wade Lawrence, de 54 años, defiende las caracterí­sticas actuales del lugar.

«La gente que hoy en dí­a va a los museos espera cierto nivel de comodidad», dice. Explica que el énfasis en cuestiones interactivas está destinado a la gente joven, obsesionada según él por los accesorios electrónicos.

«Si no tenemos el lado interactivo, los pierdo», asegura. Aunque los hippies parecen ausentes del museo de Woodstock, cualquiera que tenga una tarjeta de crédito puede al menos contemplarlo.

El tour conduce a una tienda donde se venden camisetas con el logo original, con la paloma y la guitarra, por 24,95 dólares. Los posters que publicitaron el concierto se venden por 129,95 dólares y tazas de té alusivas por 12,95. Se vende incluso una escultura con una mano con los dedos en «V», sí­mbolo de la paz en aquel entonces, por 40 dólares.

Craig Wiseman, de 49 años, que visita el lugar con dos amigos, menea la cabeza con desconcierto ante las reglas enumeradas a la entrada. «Esto se ha convertido en algo distinto de lo que fue», lamenta. «Yo tení­a apenas nueve años, o sea que no pude estar. ¡Si tan solo hubiese nacido diez años antes!».

Pero no habrá una segunda oportunidad. «Sólo pasa una vez», dice Wiseman. «No puede volver a suceder».