Cuando uno lee las dramáticas conclusiones del estudio que sobre el sistema de salud en Guatemala hizo el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, no puede sino darle gracias a Dios por la presencia en el país de los cuatrocientos médicos cubanos que realizan una importante labor en las comunidades más remotas del país, a donde nunca había llegado asistencia médica para los pobladores. Porque en los últimos veinte años Guatemala no ha tenido ningún avance, lo que significa mucho más que estancamiento toda vez que el tiempo y el recurso perdido en el campo de la salud pública lloran sangre.
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Durante esos veinte años, sin embargo, son muchos los que se han vuelto millonarios lucrando con negocios alrededor del sistema de salud. Negocios que, justo es decirlo, se hacen a costillas del riesgo mismo de la vida de las personas, porque consisten en el aliento a la corrupción en las distintas adquisiciones que se hacen tanto en el Ministerio respectivo como en el Seguro Social que es el otro brazo del sistema.
En dos décadas Guatemala no ha tenido ningún avance en el sistema de salud y los indicadores de hoy siguen siendo tan patéticos como los que descubrieron los expertos al hacer un estudio en 1986. Pero si vemos la lista de los ministros que han salido con la billetera más gorda, veremos que es larga y que va desde quienes se enriquecieron con el negocio de la venta de medicinas hasta de quienes se colocaron en organismos internacionales para mamar y beber leche. En cambio, el pueblo sigue en las mismas condiciones lamentables que forman parte de nuestra tradición.
Por razones ideológicas el tema de los médicos cubanos genera siempre los resquemores ya conocidos y que son polvos de los lodos que dejó en Guatemala 1954, con la intervención de los Estados Unidos y el auge del macartismo en el país. Aparte de ello, existe una resistencia de alguna parte de la comunidad médica a acoger a los guatemaltecos que se han graduado en Cuba como profesionales de la medicina específicamente para la atención primaria de los problemas bien identificados de salud pública. Obviamente no se trata de galenos formados con la misma visión que apunta a la especialización que hay en nuestras facultades, pero son profesionales formados para atender las reales necesidades de nuestro pueblo.
Los médicos cubanos vinieron a Guatemala como una contribución del gobierno de ese país luego de la emergencia provocada por el huracán Mitch, aquel mismo que fue aprovechado por los otros países de la región para tramitar y lograr el trato de protección temporal para sus ciudadanos que habían emigrado a Estados Unidos y que el presidente Arzú no consideró necesario para los guatemaltecos residentes en ese país del norte. Afortunadamente vinieron para quedarse porque vistas las cifras alarmantes de nuestro sistema de salud, de no ser por la presencia de esas brigadas que se reparten por el territorio nacional para llevar consuelo a los habitantes de remotos y olvidados lugares, las condiciones serían aún mucho más dramáticas. Y todo ello sin que les cause rubor ni vergí¼enza a quienes han hecho piñata con el sistema de salud y a quienes lucran por mantener una porquería de asistencia a la población.
Pero de poco sirven los diagnósticos, por lo visto, puesto que si veinte años después un nuevo estudio ratifica los mismos hallazgos, ya podemos irnos preparando para que dentro de otras dos décadas la población conozca nuevas cifras que sólo han de servir para afirmar que se mantuvo la misma tónica y que la salud pública sigue siendo una porquería.