Los políticos producen tanta amargura, junto a sus partidos, que hay que reconocer que eventualmente la razón se vuelve intolerante, cruel y dura. Uno a veces quisiera ser Dios y destruir por medio de un diluvio, una hecatombe o un simple rayo a esos grupos organizados de llamados políticos para, como hizo í‰l mismo en el tiempo de Noé, empezar de nuevo.
Yo si fuera ese Dios comenzaría por evitar que ningún miembro de esas familias de políticos participara más en la vida pública. Por el poder omnipotente que me caracterizaría, haría que dentro de esas familias brotaran gracias a mi generosidad los músicos y los poetas, pero nunca más un solo político. Imagínese qué lindo sería que en lugar de tener a don Efraín Ríos Montt en el Congreso lo tuviéramos en el Teatro Nacional cantando arias de Puccini o Verdi. O a la bella Zury componiendo poesías de alto nivel. Guatemala estaría más contenta con Dios (conmigo en este caso) y la familia sería la más querida del país ?no como ahora-.
De ser Dios aniquilaría también algunos partidos políticos. Los haría desaparecer sin dejar rastro alguno en la mente de nadie. Ser poderoso me permitiría hacer, por ejemplo, de la UCN y del PP un grupo de gente comprometida con los Boy Scout. Haría de Pérez Molina el presidente del escultismo a nivel nacional. Yo sé que los miembros de ese partido gustan de la vida salvaje, el monte y la aventura. Entonces, para no quitarles sus gustitos los haría forjar el carácter duro y disciplinado de los jóvenes escultistas.
Definitivamente cambiaría el Tribunal Supremo Electoral. La paciencia de Dios tiene límite y tanta flojera me haría perder los estribos. Esos discursos tibios me enervarían la piel. Tanta fuerza me permitiría poner en ese lugar a gente distinta, menos comprometidas con los grupos de poder y menos locuaces a la hora de disculpar su falta de carácter. Quizá pondría a alguien con carácter firme y testarudo, alguien como el Alcalde capitalino, pero con una dosis más fuerte de sencillez y capacidad de escucha. Me costaría hallar el equilibrio, pero al final creo que lo haría bien (al final sería Dios, ¿no?).
Como Dios, quitaría a todos los caciques que intentan repetirse en las municipalidades. Ya me sentiría aburrido de los mismos, los de Chinautla, Santa Catarina Pinula, Villa Nueva y la larga lista que algunos conocen. A estos muchachos los transformaría en albañiles para que finalmente construyan algo, para que trabajen con sus manos y desquiten el salario. Nada me daría más gusto que verlos, en el mejor de los casos, manejando un bus del Transmetro.
No son malos pensamientos los que tengo, son los deseos más profundos que albergo en mi corazón, pero claro, uno siente pena al expresarlos. Uno parece estar chiflado, pero, admitámoslo, ¿es que acaso no estamos un poco locos todos al ir a las urnas a votar por esos candidatos que se nos proponen?