Lo vi acercarse en su pathfinder negra, una cabeza rapada salía por encima de la portezuela abollada junto con el estruendoso sonido de algo que se confundía entre reggaeton y hiphop. Al ver sus labios retorcerse en un piropo barato me hundí en mi pequeño vehículo, espacio seguro contra adefesios de esa calaña.
cnavasdangel@yahoo.es
El semáforo me permitió, sin quererlo claro, darle alcance, iba justo detrás de esa camioneta oscura con placas de Los íngeles enmarcadas en luces neón color morado.
La luz ya había dado verde y el vehículo permanecía quieto mientras el individuo volvía a emerger de la ventana y vomitaba expresiones mezcladas en un inglés mal pronunciado, revueltas con lugares comunes, de lo que un día fueran frases galantes, hoy tan solo resabios de calenturas expresadas verbalmente.
Mi bocina se agotó, cinco cuadras habían pasado y en cada parada era lo mismo: adolescentes con uniformes a cuadros, señoras de falda de embudo, una empleada doméstica cargada con una mochila. Todas eran sujetas de sus miradas y de sus libidinosas palabrerías.
No pude más y rebasé al auto rodado, obviamente, y justo llegando a la 5ª. avenida pude ver de reojo al macho man que lo conducía, robusto por no decir obeso, moreno, pelón al rape, con t-shirt sin mangas, cadena chapeada de oro al cuello, guanteletas y un diente con casquito plateado. Tal como lo había imaginado, un perfecto ejemplo de lo que la alienación produce, y la baja autoestima esconde, así no más, recién venido del norte ostentando su cheap power en un espacio «selecto».
Somataba las manos contra el timón y alzaba la ceja cual dandy en artículos mortis. Dos cuadras más adelante se vació en chusquedades e insultos contra un homosexual presuroso vestido del mismo color que sus adornos neón en la placa.
El tráfico me impedía avanzar y mi desprecio crecía a medida que miraba más al tipo ese. Se embutió un dedo en la nariz y presionó repetidas veces la bocina, que imitaba un chiflido de albañil acalorado a mediados de marzo. Una mujer bastante mayor subió al carro y se sentó a su lado, vestía de negro y las gafas se detenían en la puntilla de la nariz. Pensé que los cabreos habían concluido, pero una cuadra más, la cabeza rapada salió de nuevo por la ventana, gritándole a una mujer morena que cruzaba por el paso de cebra imaginario: «Mami, de lejos te vi venir y me pareciste una groncha, si negra tenés la cara, cómo tendrás la concha». Estupefacta e indignada alcé el cuello para ver la reacción de la señora. Ella reía a carcajadas celebrando la inspiración ofensiva, mientras su retoñó, asumo, hinchaba el pecho como muestra de hombría.