El tema sexual dejó de ser tabú hace tiempo. Lejos quedaron aquellos días en que uno hablaba «sotto voce» del asunto, se sonrojaba y hasta parecía uno un auténtico trasgresor hablando de esas cosas. Hoy hay programas de consejos sexuales en la televisión, revistas y periódicos al por mayor. Muchos son desde pequeños verdaderos expertos en el tema.
¿Tu pene es pequeño? Tranquilo, hay clínicas donde le pueden ayudar a desarrollar su pequeño asuntito. ¿Es precoz? Relájese, hay ejercicios para que usted se mantenga firme y no fracase en el arranque. ¿No conoce más que la posición «misionera» por ser medio cura? Vaya a la librería que hay textos ilustrados para que le dé rienda suelta a su imaginación. La verdad es que ahora pocos se pueden quejar de ignorancia sexual. En teoría deberíamos de ser, con tanto conocimiento sexual, unas bestias en la cama, superdotados, incansables, rudos.
Hasta los políticos hablan hoy de sexo. Ahí está por ejemplo el candidato ultraderechista de Francia, Jean-Marie Le Pen, que recientemente ha aconsejado a las mujeres masturbarse para evitar los embarazos no deseados, afirma que no deben usarse preservativos y que es una locura la idea de paridad hombre-mujer. El señor parece saber mucho del tema.
En Italia también, el septuagenario, Berlusconi ha hechos sus pinitos en el plano sexual y presume constantemente ser un garañón apto para cualquier tipo de harén. Sostiene, por ejemplo, que en Francia es popular por sus muchas novias francesas. Dice que hay que invertir en Italia «por sus bellas secretarias». E iniciando un discurso en la FAO saludó a «las bellísimas delegadas». Todo un galán de nuestros tiempos. A Mara Carfagna, una diputada de Forza Italia le dijo que «si no estuviera ya casado, me casaría con usted inmediatamente». Y a Melissa Satta, novia del futbolista Christian Vieri, le dijo que con ella «iría donde fuera».
Todo apunta a que la libido está desatada, mana a borbotones y no hay quién la controle. En Nicaragua era común también, en tiempo de los sandinistas, recibir condones gratis en los buses. Uno los recibía con vergí¼enza y rubor, con el producto en la mano no se sabía cómo reaccionar: ¿Lo boto?, pensaba uno. La educación católica lo condenaba a uno a la ignorancia total en el tema. Pero para eso, gracias a Dios, estaban las muchachas.
Las muchachas han sido desde hace mucho tiempo las educadoras magistrales en el tema sexual. Uno podía aprender fisiología con ellas porque, pacientemente, le enseñaban a uno las partes del cuerpo sin rubor y con mucha serenidad. Yo recuerdo que una de ellas un día me miró muy nervioso y me aconsejó relajarme: «Tranquilizate, me dijo, porque esto no es el fin del mundo». Y yo como de Apocalipsis sabía mucho, me serenaron sus palabras.
Cuánto hemos cambiado desde hace años. Aunque es cierto que lo sexual en el pasado tenía visos de sacralidad y el misterio lo llenaba todo (tenía un halo bello) y que hoy es una cosa que muchas veces cae en lo trivial. No extraño para nada esos tiempos. Creo que nadie desea volver a esa época troglodita.