Severina de Rodrigo Rey Rosa


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Una mujer hermosa entra a una librería y se roba un par de libros. El librero lo sabe pero no dice nada porque quiere volver a verla. La mujer vuelve una, dos veces más, hasta que el hombre sale de atrás del mostrador, la enfrenta y con el pretexto de una requisa finalmente la manosea. Rico. La mujer es perfecta. No hace falta mucho más para perder la cabeza.

POR JUAN FERNANDO ANDRADE

“Una lectura fácil se logra con una escritura difícil”, dice el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, y por lo menos tratándose de él no queda la menor duda. Severina, su novela más reciente –que aterrizó hace poco en Ecuador con Alfaguara– se despacha en una sentada, de una, como si este amor raro y prácticamente increíble entre un librero y una ladrona no fuese inevitable, como todo lo que debe pasar en un libro.

Rey Rosa es muy probablemente el mejor escritor minimal de nuestro barrio. Los personajes de Severina casi no se dicen nada, casi no se conocen porque qué miedo conocerse realmente, pero hacen bastante. Ella pertenece a una extrañísima familia que le ha dedicado años –¿siglos?– a los libros, no a escribirlos ni a venderlos sino a leerlos, con la aún más extraña certeza de que si uno se lo propone, si se lo propone con la insistencia de un monje budista, puede leerlo todo, y que viaja con esa misión por el mundo usando pasaportes falsos y estafando librerías. Él es un tipo sin mucho pasado ni mucho futuro, que como en una novela negra de esas que sucedían en Los Ángeles, pasa de cazador a víctima y termina siendo parte del misterio que en un principio se propuso resolver.

Severina cuenta todo lo que ya se ha contado pero lo cuenta de una manera distinta (¿cuántas veces leí esto?) y es desde su diferencia desde donde nos hace diferentes. Nos transforma. Nos propone las cosas no al revés pero sí de lado, de perfil. Nos pone en jaque. Nos coloca. Nos toca de largo como un remix en una fiesta de intoxicados. Uno cree que lo sabe todo aun cuando no sabe nada porque es mejor asumir el conocimiento que ignorarlo. Como estos personajes, que se hacen los locos porque así es más sencillo cargar con su locura. Porque mejor pensar que se ama a dudar que se ama. Rico.