La primera camada de combustibles derivados de desechos agrícolas está finalmente alimentando las fuentes energéticas de Estados Unidos, después de años de promesas incumplidas y de una fuerte promoción de un combustible más limpio que el petróleo.
Pero a medida que las refinerías producen el primer combustible celulósico, resulta evidente, incluso para los aliados de esa industria, que pasarán años antes de que se vean los beneficios.
La falta de resultados asociados al combustible celulósico es un elemento central en el debate en torno al etanol derivado del maíz, uno de los componentes centrales de la política energética del país diseñada para preservar el medio ambiente. El etanol de maíz ha resultado más dañino para el medio ambiente de lo que pronosticó el gobierno y el combustible celulósico no asoma como un reemplazo a corto plazo.
«Mucha gente estuvo dispuesta a irse con el etanol de maíz porque lo veía como un puente», expresó Silvia Secchi, economista especializada en agricultura de la Universidad de Southern Illinois.
Pero hasta que el combustible celulósico se haga presente, «es un puente a ninguna parte».
Los celulósicos eran el eje de una ley aprobada en el 2007 que exigía a las compañías petroleras que produjesen biocombustibles. La cuota señalada iba a ser cubierta primero con etanol de maíz y, más adelante, con otros combustibles derivados de fuentes no alimenticias.
Pero las cosas no funcionaron.
«Después de 20 años, los celulósicos siguen siendo el combustible del futuro», expresó Nathanael Greene, experto en biocombustibles del Consejo de Defensa de los Recursos Naturales. «Ya están adelantándose los primeros proyectos, pero en realidad todavía faltan cinco años» para ver los resultados.
Los productores de celulósicos esperan generar unos seis millones de galones (22,7 millones de litros) este año, según el gobierno. Eso alcanza para satisfacer las necesidades energéticas de Estados Unidos durante 11 minutos. Es menos del 1% de lo que el Congreso pidió para este año.
Es muy sencillo producir etanol de maíz, pero hacen falta combustibles fósiles para plantar, cosechar y destilar. Por ello, genera escasos beneficios ambientales y tiene algunos efectos secundarios preocupantes.
Los biocombustibles celulósicos, por su parte, se producen a partir del césped, de desperdicios municipales o de partes de plantas que no son comestibles, en un proceso que requiere menos tierra y menos energía. Los celulósicos representan una gran reducción en la emisión de gases de efecto invernadero comparado con los combustibles derivados del petróleo y no requieren productos alimenticios.
A pesar de la orden del Congreso y de subsidios del gobierno, sin embargo, los combustibles celulósicos no han despegado todavía. Por cuarto año seguido la industria de biocombustibles ni se acercó a la producción fijada por el Congreso.
El secretario de Agricultura Tom Vilsack admitió que «sí, está tomando más tiempo que el esperado».
Los estimados del gobierno de Barack Obama han resultado desacertados. Se habían pronosticado 5 millones de galones para el 2010 y 6,6 millones para el 2011. En ambos años la producción fue de cero.
Las proyecciones fueron tan malas que un tribunal de apelaciones dijo en enero que el gobierno había dejado que sus «aspiraciones» influyesen en sus análisis.
Si bien ya están funcionando las primeras plantas, hasta quienes están a favor de esta industria dicen que es casi imposible satisfacer la meta de 16 mil millones de galones (60 mil millones de litros) para el 2022.
«No es plausible», afirmó Jeremy Martin, experto en biocombustibles de la Union of Concerned Scientists. «Lo más temprano que se puede alcanzar ese nivel es el 2030».
El gobierno admite que falló en sus pronósticos sobre la producción, pero no en su evaluación del potencial de los combustibles celulósicos.
«Parece predominar en el gobierno la impresión de que no se han podido cumplir los objetivos fijados, pero de todos modos hay que seguir apoyando» el proyecto, indicó Timothy Cheung, analista de ClearView Energy Partners, consultora de Washington.
Los combustibles celulósicos no han satisfecho las expectativas por varias razones. Por un lado, se fijaron metas desmedidas. Y en su afán por atraer inversionistas y el apoyo de Washington, la industria subestimó las dificultades de convertir la celulosa en combustible.
La celulosa es lo que le da fuerza a las plantas. Ha ido evolucionando a lo largo de cientos de millones de años y se hizo resistente al calor, las sustancias químicas y los microbios. Es por ello que resulta difícil producir estos combustibles a un ritmo acelerado, barato y en cantidades tales que rinda beneficios.
La industria fue afectada asimismo por la crisis financiera mundial, que impidió conseguir préstamos inmediatamente después de que el gobierno anunciase sus requisitos.
Cientos de empresas no pudieron conseguir la financiación necesaria o tuvieron problemas de costos o porque las sustancias empleadas no funcionaban lo suficientemente rápido.
Hay quienes dicen que estos inconvenientes son de esperar y no representan un fracaso. Que las empresas tratan de producir grandes cantidades de combustible usando procedimientos complejos y costosos, que jamás habían sido probados.
«Tenemos una demora de tres años, pero eso no cambia en nada a largo plazo», afirmó Manuel Sánchez Ortega, director ejecutivo de Abengoa, una firma española que construye una planta de etanol celulósico en Kansas. «Las primeras plataformas marinas no generaron ganancias. El primer avión tampoco. Lo que importa es que esto finalmente está en marcha».