Leyendo esta mañana al diputado José Alejandro Arévalo en su columna semanal, recordé que hace algunos años un político me dijo que no había forma de limpiar la letrina sin meterse a ella con el riesgo de embarrarse un poco. En otras palabras, que la suciedad existente en el medio político no se puede erradicar desde afuera, ni con acciones de absoluta pulcritud que le impidan a uno participar del juego político con la intención esencial de aportar cuota de decencia.
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En aquellos tiempos pensé, como ahora lo piensa el diputado Arévalo, que con buenas intenciones uno termina siendo comparsa de un sistema que funciona a la perfección porque fue diseñado con gran esmero y cuidado por las mentes más perversas del mundo político. Y que en ese buen ánimo de aportar, metiéndose uno a la cloaca, no sólo se embarra un poco, como me decía aquel político que me trataba de dar consejos, sino que al final uno se contamina y se convierte en parte del sistema.
Por supuesto que la decisión de quedarse afuera es cuestionable porque bien se dice que no se pueden propiciar cambios desde la llanura, pero la experiencia demuestra que son escasos los ejemplos de gente que ha logrado hacer aportes significativos sin terminar con ese papel de comparsa, por acción o por omisión, prestándose al juego tradicional de nuestra política en la que cuentan únicamente las ambiciones personales y no los intereses del país y de sus habitantes.
La forma en que plantea su dilema final el diputado Arévalo, cuando se pregunta si es ingenuo, comparsa o cómplice, constituye sin duda alguna el meollo de la reflexión que obliga a tomar decisiones respecto al papel que uno puede jugar. Creo absolutamente válido que un miembro de partido político negocie en el buen sentido del término con otras fuerzas políticas para garantizar resultados de beneficio colectivo, especialmente dirigidos a sus propios electores. En ese sentido, nada puede tacharse en cuanto al compromiso que su partido le pidió a Arévalo para asegurar el subsidio al Transmetro, el asfalto a las principales arterias que cruzan la ciudad de Guatemala y aportes para los Bomberos Municipales, todo lo cual se negoció a cambio del voto al lado de la UNE en decisiones importantes para el oficialismo. Pero el mismo diputado José Alejandro Arévalo habla de la forma en que percibió transes y componendas al tratarse de temas como la Transversal del Norte (fuente de corrupción indiscutible), empréstitos y bonos de deuda gubernamental, los contratos petroleros y la mal llamada reforma tributaria y el Presupuesto de Ingresos y Egresos del Estado. Por supuesto no puede comprobar su percepción porque así funciona el sistema, pero el olor a podredumbre es evidencia suficiente para quien tiene dos dedos de frente y elemental sentido de la decencia.
Es frustrante para quien cree en el servicio público, como sin duda es el caso del diputado Arévalo que ya fue Ministro de Finanzas y llegó al Congreso con el deseo de aportar «en el recinto más difícil de todos», toparse con la realidad y entender que, efectivamente, no se puede destapar el desagí¼e sin mojarse los calzoncillos, pero que también es cierto que uno no puede hacerla de fontanero sin embarrarse, condición que para algunos termina siendo inaceptable porque no se compensa, en absoluto, con los resultados. La verdad que mis respetos para el diputado Arévalo por su entereza al abordar ese dilema.