Admiro cada vez más nuestra capacidad aguantadora o una indiferencia sin precedentes. Hace poco, tuve la oportunidad de ver la entrevista televisada de los abogados Julio Valladares Castillo y í“scar Barrios Castillo, de la época revolucionaria a quienes siempre les he guardado gran estimación. Hablaban de que aún siendo jóvenes, sin mayor experiencia, habían librado férreas luchas en el Congreso de la República en pro de leyes que a la postre produjeron grandes beneficios para la población, la que se encontraba después de la tiranía ubiquista en peores condiciones que las actuales.
Ellos no contaron con asesores, asistentes secretarias y todo el chorro de privilegios que hoy disfrutan los diputados, sin embargo su capacidad productiva en lo social y legislativo nunca ha podido ser superada. Por ello me pregunto, ¿será que perdimos liderazgo, por lo que no hay quien detenga nuestra caída hacia al despeñadero?
Antes, a los contrabandistas los metían presos. Hoy, son los que determinan los precios de los productos, como los que logran entrar cualquier mercadería sin obstáculo. Antes, después de una catástrofe natural se atendía a los damnificados con prontitud. Hoy, los daños de los huracanes ocurridos hace varios años siguen siendo mudos testigos de su poderío. Sin embargo, a pesar de tantas manifestaciones siempre se les responde: -tengan paciencia, las ayudas les llegarán mañana o pasado mañana, ¡es que no hay pisto! Tristemente nos siguen viendo cara de lo que no somos. Antes, era real el corte del hilo telefónico entre la oficina del Presidente de la República con los otros dos organismos del Estado. Hoy, no sólo reciben órdenes por el teléfono celular sino también por la vía electrónica y la directa, hasta de rodillas, ante la familia del primer mandatario previo otorgamiento de la granjería de por medio.
Se sigue derrochando el dinero en propaganda para hacer la campaña electoral anticipada que conlleva los programas sociales de la primera dama. Pero en los hospitales se sigue padeciendo la escasez de ambientes para los tratamientos emergentes, no digamos de camas de hospitalización, medicinas, equipo e instrumental indispensable. Los tiempos de crisis se han ido alargando a tal punto, que no le ponemos ya atención a las noticias de choferes y usuarios del transporte colectivo muertos a balazos en cualquier parte del país. Dejamos de ver líderes empresariales gestando y exigiendo planes bien estructurados para reactivar la economía y aumentar la productividad indispensable. Se contentan con visitar la Casa Presidencial para «negociar» impuestos, pues la costumbre de trasladarlos a los consumidores es cosa que cae por su propio peso, propiciando con ello acabar lo más pronto posible con la poderosa clase media de otros tiempos. Es tal la decadencia del guatemalteco, que ha llegado hasta el futbol nacional. Sus fanáticos prefieren seguir al español, al europeo o al sudamericano. ¡Vaya conformismo tan ruin y deplorable!