«Ser un escritor y no tener dinero es un pecado capital en estos tiempos»


Javier Payeras, escritor guatemalteco, presentará mañana su nueva novela

Talentoso y sin pretensiones, de aspecto juvenil y con mucha más experiencia que años, Javier Payeras es una especie de leyenda urbana en el ámbito cultural de Guatemala. No necesita presentación, a menos que hayamos vivido en una cueva durante los últimos diez años.

Byron Quiñónez
lahora@lahora.com.gt

La novela

De inteligencia incisiva, gran sentido del humor y personalidad relajada, Payeras empezó publicando poesí­a de manera independiente; lanzó «(…) y Once relatos breves» y «Raktas» en la ya legendaria Editorial X (que también publicó a talentos como Estuardo Prado, Ronald Flores, Maurice Echeverrí­a, Julio Hernández y Francisco Alejandro Méndez) y luego nos brindó «Soledad Brother», «Ruido de Fondo», «Afuera» y «Lecturas Menores». Fue curador del sitio cultural Colloquia y actualmente dirige el proyecto CREA.

Su hábitat cotidiano es el Centro Histórico, donde lo podemos encontrar en el momento menos pensado, tomándose un café o curioseando en los puestos de pelí­culas piratas. «Creo que un buen relato lo hacen sus personajes. Si sus contornos están bien definidos. Si quien lo lee es capaz de reconocerlos en cualquier parte e imaginarlos como algo vivo» afirma en su nueva novela, «Dí­as Amarillos». Y estamos de acuerdo con él.

– Byron Quiñónez: ¿Cómo se originó «Dí­as Amarillos»?

Javier Payeras: Creo que se originó en un largo desempleo y una obsesión constante por caminar todo el dí­a por el Centro. Es un relato que surge de la observación y de la lectura. La lectura de un entorno extraño, rudo y enredado en una relación masoquista con el abuso, la intoxicación, el delirio y la violencia.

-BQ: ¿Cuánto tiempo te llevó esta novela, desde su concepción hasta la última revisión?

JP: Más o menos un año para escribirla, otro año para borrarla, otro para añadirle y otro para que me la publicaran.

-BQ: Te desempeñás con igual talento en la poesí­a, el ensayo y la narrativa. ¿En qué género literario te sentí­s más cómodo y cuál te ha dado mayores satisfacciones?

JP: La poesí­a creo que es todo. Me interesa la poesí­a, porque un narrador que no lea ni intenta escribir en clave poética es como un niño tonto que trata de contarte una pelí­cula.

-BQ: Una pregunta inevitable: ¿cómo ves el panorama actual de la literatura guatemalteca, qué libros nacionales te han gustado últimamente?

JP: Me gusta. Está consolidándose una literatura muy vital. Es una rara muestra de novela corta, novela policiaca, novela histórica, poesí­a barroca y profana. Aparte de Ronald Flores, Francisco A. Méndez y Mario Cordero, se extraña mucho el ensayo.

-BQ: Hablando de ensayo, me gustó mucho tu libro «Lecturas Menores». Repasándolo, en tu prosa veo cierta influencia de Chuck Panahuik, John Fante, Franz Galich y Charles Bukowski.

JP: Sí­, ese libro es una bitácora de lecturas que pueden resultar interesantes a lectores más jóvenes. Lectores que no sienten la nostalgia de la vieja guardia europea ni el boom latinoamericano. Me gustan los autores más cercanos a lo que yo pienso de la vida. Claro, admiro a los escritores que escriben como si se tratara de hacer aeróbicos cada mañana, ya sabés: esos que producen libros de más de 500 páginas cada año, pero mucho de lo que dicen se me hace un regodeo entre lugares comunes y palabrerí­o sin poesí­a ni sustancia. Creo que un escritor no tiene otro compromiso más que decir lo que piensa de forma clara y concisa. Los autores que elegí­ para este libro de reseñas, ensayos y viñetas se acercan mucho a mi perspectiva de lo que a mí­ me gustarí­a llegar a producir.

-BQ: El personaje principal de tu novela afirma que «el amarillismo es lo que mantiene viva la industria periodí­stica». ¿Creés que la situación del paí­s está realmente tan mala o la ha inflado el sensacionalismo?

JP: El amarillismo vende. Lo sabe bien un novelista americano que admiro, Stephen King. Las teorí­as de la conspiración. La amenaza latente a ese culto de comfort que le llena de aire la cabeza a la clase media. Imaginate: las maras, los asesinatos rituales y los secuestros exprés, ¿qué cabida tienen dentro de esta sociedad de vitaminas y de minúsculos aparatos tecnológicos? Creo que el periodismo noticioso -me refiero al que va dirigido al analfabetismo funcional, donde solo importa el impacto y no el fondo- garantiza su éxito a través del miedo. Entre más miedo haya a «los otros» -esa barbarie desconocida-, a los locos, a los ovnis, a los niños de dos cabezas, a los mensajes cifrados en el cielo o en la tierra, más arriba se disparan las cifras en las ventas. Desgraciadamente, el periodismo más atrasado es siempre el que depende estrictamente del gusto del lector más mediocre.

-BQ: El detective Washington Chicas es un personaje muy bien logrado que apenas aparece en un par de capí­tulos de «Dí­as Amarillos». ¿Pensás utilizarlo en futuras novelas?

JP: Creo que al igual que el detective Pérez Chanan de Francisco Alejandro Méndez, y al Rosanegra de tu libro «El Perro en llamas», Washington Chicas se va incorporando dentro de una escena de novela negra que va consolidándose. Me gusta mi policí­a, es un poco yo y es mucho este paí­s. Ya lo dije en la novela misma: un policí­a es un diagnóstico exacto de lo que es una sociedad, su cultura está reflejada en la clase de policí­a que tiene. Y claro, también en su periodismo.

-BQ: ¿Escuchás algún tipo de música en especial cuando escribí­s? Hablanos un poco de tu gusto por bandas tan distintas como The Smiths, Primus y Godflesh.

JP: Es preciso escuchar libros y leer música. Mis poetas contemporáneos favoritos son los músicos que han compuesto mi soundtrack personal: Morrissey de The Smiths, Ian Curtis de Joy Division, Tom Waits, Gustavo Cerati, Thom Yorke de Radiohead, Robert Smith de The Cure y -por supuesto- David Gaham y Martin Gore de Depeche Mode, que es quizá el grupo de rock que más ha influido en mi concepción del arte. Si Cortázar tení­a el Jazz como el motor de su inspiración para escribir, en mi caso es la música inglesa New Wave y algún tipo de Punk. Con esto no serí­a raro que ahora me tildaran de fascineroso y alienado. Pero la verdad, me tiene sin cuidado.

-BQ: El personaje principal, un escritor desempleado, comenta que se metió a trabajar a un semanario de nota roja porque «el periodismo es lo más cerca que se puede estar de las palabras» y me recordó que César Brañas, Francisco Méndez, Horacio Castellanos Moya e incluso Garcí­a Márquez han pasado en algún momento por las salas de Redacción. ¿Qué opinás al respecto?

JP: Es una manera honesta de ganarse la vida con la deshonestidad. Creo que ser un escritor y no tener dinero es un pecado capital en estos tiempos, en que ser un autor latinoamericano significa ser un junior que estudia en universidades gringas y se dedica a lanzarse piropos con los escritores más exitosos de la farándula literaria. Me parece que hemos creado esa atmósfera lite respecto a la literatura porque le tenemos miedo al presente, porque nuestros paí­ses apestan a pobreza y a subdesarrollo y no queremos que nos relacionen con ellos.

-BQ: Hablando de periodismo, ¿qué tal recepción ha tenido tu columna El Intruso, en Siglo 21?

JP: Buena. Me interesa escribir una columna sin ese estorboso requisito de tener que hablar de los temas que están agendados. Tengo mucha libertad y mucho aprecio por parte de los lectores y del directorio del diario.

-BQ: «Dí­as Amarillos» entreteje horror urbano con situaciones realmente chistosas, como la de Shakira y el Camello. Es algo muy guatemalteco hacer chiste de las desgracias. ¿Qué opinás de este rasgo de la personalidad chapina, es fortaleza, debilidad, o el cinismo del desencanto?

JP: En ninguna parte del libro se menciona a Guatemala. Sólo se describe la ciudad y se intuye que hablo de ella. Creo que es un libro con ese sentido negro del humor que tanto nos define. Nosotros nos reí­mos de cosas que aterrorizarí­an a personas de otro paí­s. El libro tiene una atmósfera macabra, pero también cómica y sentimental. Yo soy así­. Bastante gótico y bastante sentimental; incluso, lloro en el cine. Creo que me parece simpática la crueldad de algunos enunciados que pongo en boca de los personajes. Esa doble moral y ese resentimiento que nos define tan bien a los guatemaltecos.

-BQ: «Dí­as Amarillos» afirma que «la gente, curtida de temas como la miseria y la violencia, ni siquiera se espanta con lo que lee y ve en las noticias diariamente. Ya no busca drogas, porque se intoxica con la realidad»?

JP: Claro. Es parte de nuestra rutinaria militancia en el fracaso.

-BQ: En cierto pasaje comentás que los centros comerciales son modernas casas de opio y los cines un montón de siniestros receptáculos de pop corn y basura acaramelada; que hasta da vergí¼enza andar con un libro. ¿Creés que ahora hay más lectores en Guatemala, o somos una especie en extinción?

JP: Hay lectores, pero a nadie le interesa acercarse a ellos y fomentar su interés. Las editoriales guatemaltecas hacen lo suyo, pero se necesita que también influyan los funcionarios de Educación y los empresarios. Se necesita una fuerte red de apoyo para que la gente deje ese apego a la ignorancia que nos tiene tan jodidos.

-BQ: Aunque distintos, «Dí­as Amarillos » y «Ruido de Fondo» comparten la misma tónica y en algunos momentos mueven a la risa, mientras que «Afuera» tiene un ambiente más opresivo y carece del humor de las otras dos. ¿Cómo ves la utilización del humor en la nueva novelí­stica guatemalteca?

JP: «Ruido de Fondo» y «Dí­as Amarillos» forman parte de una trilogí­a que estoy trabajando, donde el personaje central es la ciudad. Son libros distintos que van a formar parte de una sola novela, eso quiero. «Afuera» es parte de otra trilogí­a que voy a continuar cuando concluya la parte final de estos libros sobre la ciudad. Ese libro es uno de las mejores cosas que he hecho en la vida.