¿SERí QUE íLVARO SE DA CUENTA?


Lo que a los chapines además de muchas otras cosas nos hacen falta, son actuaciones que nos llenen de orgullo. Algo así­ como cuando a Miguel íngel Asturias se le otorgó el Premio Nobel de Literatura y todos nos sentimos orgullosos de decir que éramos guatemaltecos. Pero, para nuestro pueblo, campesino y obrero, amante del futbol, fuente de su principal distracción, el contemplar con tristeza que en lo único que descollamos es en analfabetismo, desnutrición, corrupción y narcotráfico, nos deprime.

Dr. Carlos Pérez Avendaño

Usted, ílvaro, se da cuenta cabal de que la gravedad de su desliz afectó a todos los guatemaltecos, a todos aquellos que tienen la capacidad de darse cuenta de ciertos valores ahora lastimados. Guatemaltecos que sienten un decremento de su autoestima y de su dignidad. Estoy seguro que la voz de su conciencia le ha sugerido a usted, d. ílvaro, que deberí­a de renunciar y que esa idea revolotea, persistente, en su cabeza.

Son muchos sus allegados, principiando por d. Sandra y la larga cola de los que ostentan un cargo en su gabinete, que le dirán que no lo haga. Sin embargo, usted mismo sabe que la opinión de ellos no es sincera, que es egoí­sta, interesada y sesgada. Por ello es que ahora mismo usted duda de la sinceridad de sus allegados.

Ante la gravedad y trascendencia de su metida de pata serí­a tonto el que usted pretendiera no estar arrepentido y que así­ lo afirmara. Es más, nadie se lo creerí­a.

Ahora, lo que sí­ es unánime es la cólera que los guatemaltecos que somos un poco más instruidos y que ostentamos algunos otros valores, sentimos en contra suya por haberle dado a Fidel la oportunidad de despreciar a nuestra Guatemala y de haber tratado a su Presidente de entrometido. ¡¡Usted, como Presidente, no tiene el derecho de desacreditarse así­!!

Su renuncia, ílvaro, en algo restaurarí­a la dignidad que los guatemaltecos, ante el mundo hemos perdido. Y usted mismo ahora sí­ tendrí­a toda la justificada razón de ofrecer las excusas del caso y de pedirle perdón al pueblo de Guatemala. ¡¡Olví­dese del perdón por lo de Bahí­a Cochinos, eso es ridí­culo!!

Ya me imagino cómo se sintió usted cuando llegó a pedir audiencia y Raúl le dijo: «fí­jese, ílvaro, que ahorita Fidel está descansando y yo no quisiera despertarlo, está ganando fuerzas para cuando venga Chávez, pero déjeme el collar y en cuanto pueda, yo se lo voy a entregar».

D. ílvaro, dí­ganos la verdad, ¿a usted, en ese instante, no le dieron ganas de contestarle: «dí­gale que coma mierda» y luego, dar la vuelta y salirse con el collar en la mano?

Usted que tanto ha admirado a Fidel, debe haberlo admirado aún más cuando aquella vez el huracán que pasó por Cuba causó muchos destrozos. Los Estados Unidos ofrecieron su ayuda, pero a Fidel, importándole un pito las necesidades de su pueblo pero con mucho orgullo y soberbia rechazó esa oferta. ¿No deberí­a usted de manera semejante y en nombre del orgullo del pueblo guatemalteco ordenar a los médicos cubanos que se vayan a su tierra? Y, luego, también usted váyase.

A d. Sandra no le conviene que usted renuncie y tratará de convencerlo de que se quede, pero, usted durante las noches de insomnio y en su intimidad y obedeciendo la voz de su conciencia, sabe que esa es la más justa, ecuánime y digna solución. ¡¡Váyase d. ílvaro, …váyase!!