Sentimientos por la muerte de Facundo Cabral


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Habrá tiempo para que, con serenidad y alejado del lacerante dolor que me causa el asesinato del poeta y cantautor argentino Facundo Cabral, profundamente cristiano, pueda referirme a elementos colaterales derivados de este crimen que enluta, lastima e indigna a millones de latinoamericanos, especialmente a guatemaltecos y argentinos que se identificaban con sus poemas convertidos en canciones de crí­tica social y de protesta ante las injusticias, la pobreza, la prepotencia y la explotación de los menos afortunados.

Eduardo Villatoro

 


Mi leal amigo Juan José Hernández me llamó a las 6 de la mañana del sábado pasado. De inmediato percibí­ que se trataba de una mala noticia. Mi viejo corazón latió más de prisa y mis cansados ojos se humedecieron de pronto. Mataron a un compañero que lo sigue siendo en la soledad de mis pensamientos. Así­ lo hizo notar mi estimada Marí­a Elena Brol al enviarme minutos más tarde un mensaje de texto.
 
“Hoy imagino que está consternado y seguramente desesperanzado –leo en la pantalla del teléfono móvil–, como nos sentimos tantos, ante la muerte trágica en nuestra amada Guatemala de uno de los grandes trovadores que se atreví­a a levantar la voz y decir de frente lo que muchos quieren decirle a la injusticia, a los polí­ticos, a los poderosos, para hacer conciencia, dar esperanza y amor. A usted, que disfrutaba y lo seguirá haciendo de la música y las palabras de Facundo Cabral, mi más sentido pésame. Con mucho respeto”.
 
Más tarde recibí­ el correo electrónico del médico Arturo Núñez Paiz, a quien admiro y agradezco sus manos abiertas, que dice así­: “A mis amigos argentinos que viven en Buenos Aires, en Guatemala y todo el mundo les digo que me siento avergonzado como guatemalteco por el cobarde y alevoso asesinato de Facundo Cabral. La bala que le privó la vida no apagará su canto. Se acalló al cantor, se acalló su vida, pero no sus canciones, que se mantienen, que trascienden y continúan. Guatemala está de luto, está dolida. Argentina, que tanto has sufrido con gobiernos opresores, hoy te pido perdón en nombre de mi familia, de mi patria”.
 
También mi querido camarada Mynor Letona me escribió: “Tengo un llanto que nunca habí­a llorado. Tengo la risa hecha jirones de vergí¼enza. Fieros  sicarios le arrancaron la vida a la esperanza. Y lloro, lloro como sólo llora el hombre y que desgarra al hombre. Lloro por su voz. Las lágrimas devoran la miseria del hombre miserable a la vida que se llevó la esperanza de los hombres ¡¿Por qué Cabral, cabrones?!”
 
Byron Titus, quien hace años huyó del terror, me dice por e-mail que la muerte de Cabral le recuerda a los asesinos que mataron al obispo Gerardi, a Colom Argueta, a Fito Mijangos en su silla de ruedas y a miles más. “Son los hijos del mal –precisa–; los que odian, los tenebrosos, los dueños y financistas del crimen organizado. Me avergí¼enzo de los que tienen las manos duras de tanta sangre entre sus dedos. Siempre escupiré su cobardí­a”.
 
(Mi paisano Romualdo Tishudo recuerda estas frases de Cabral: “Serí­a una locura no tener esperanza”. “Lo único seguro es la inseguridad”).