Sentido adiós a Raúl Santa Cruz Morales


En  la ruta de su vida, el ser humano conoce a innumerables personas, entre las cuales algunas de ellas se convierten en amigos, y esa amistad permanece con el transcurrir del tiempo, independientemente de diferencias de variada í­ndole.

Eduardo Villatoro

En lo que a mí­ respecta y en lo que concierne al ejercicio del periodismo, decenas de compañeros han dejado un sello especial en mi vida sin que necesariamente con todos ellos hayamos cultivado una estrecha amistad ni constante relación, pero cuando son reclamados por la muerte implacable, siento una particular nostalgia, en el sentido de que el recuerdo del amigo fallecido me provoca honda tristeza que conmueve mis sentimientos vertidos en calladas lágrimas; pero, a la vez, siento una especie de satisfacción difí­cil de explicar, porque con el compañero que ha partido compartimos anhelos frustrados y objetivos alcanzados.

Con Raúl Santa Cruz Morales prevaleció esa lejana, pero intensa relación -pese a la relativamente corta brecha generacional- que se derivó cuando yo me iniciaba en este trabajo fascinante del periodismo, con todas las limitaciones que implicaba mi origen rural, que caminaba paralelo con la ausencia de relaciones dentro del gremio, a veces hostil con el recién llegado, pero allí­ estaba la mano de un periodista que aún transitaba en los años primerizos de su madurez, aunque que ya habí­a recorrido buena parte del trecho que lo separaba de los novatos, aparte de su generosa calidez humana.

-Ese que te saludó es «Procuna», me dijo José Antonio González Pérez, el inolvidable «Cheto», desaparecido reportero de La Hora, quien prontamente se hizo mi amigo y me reveló ciertos secretos para aliviar las consecuencias de una farra. «Procuna» le decí­an al delgado y moreno periodista de fresca sonrisa, a causa de su estampa esbelta y su rostro parecido al torero mexicano que entonces era toda una celebridad.

Fue mi primer saludo con Raúl, quien falleció la semana anterior y de cuya infausta noticia no me enteré de inmediato por no encender mi computadora a tiempo. Lo supe gracias a la diligencia de otro querido compañero que nos mantiene al tanto de lo que ocurre en el gremio.

Es el acucioso Julio Trejo Pineda, modesto hasta en su palabra suave, quien también me informó de la enfermedad del maestro Manuel Alvarado Corando y del veterano periodista Antonio í‰delman Monzón, llamado «El Plato», vaya usted a saber porqué.

  

Por supuesto que deseo la recuperación de ambos; pero hoy dejo constancia de mi respeto, cariño, admiración y gratitud a mi amigo «Procuna», quien trabajó para diferentes medios, incluyendo La Hora, habiendo sido un periodista comprometido con las causas más sentidas del pueblo, tanto así­ que fue uno de los jóvenes que participó en las jornadas cí­vicas y polí­ticas posteriores a la gesta revolucionaria que en 1944 abatió a la dictadura ubicoponcista.

(Mi colega Romualdo Tishudo repite este pensamiento: -«Para conservar a un amigo tres cosas son necesarias: honrarlo cuando esté presente, valorarlo cuando esté ausente y asistirlo cuando lo necesita.»)