A causa de un virus gripal que ha afectado a mi familia, al margen de que mi mujer sufre severa sinusitis, he guardado reposo para intentar recuperarme. A esa enfermedad obedece mi inasistencia a los funerales de dos personalidades guatemaltecas, muy admiradas y respetadas por mí y muchos miles de compatriotas más.
El primer conocimiento personal que tuve del abogado revolucionario Alfonso Bauer Paiz fue en 1989, cuando la Comisión Nacional de Reconciliación convocó a la sociedad civil a un Diálogo Nacional, intentando encontrar soluciones a los graves problemas nacionales, con el aporte de iglesias, sindicatos, académicos, políticos, pequeños y medianos empresarios, cooperativistas, repatriados y otros, para trasladar las conclusiones a los tres organismos del Estado. Fue una tarea agotadora, pero finalmente infructuosa.
Una mañana salí al encuentro de un hombre maduro, moreno, de mediana estatura y con morral colgado de uno de sus hombros que avanzaba al frente de un grupo de personas de aspecto rural, entre varones y mujeres. Sabía que se trataba del maestro Bauer Paiz por las fotografías que habían publicado los medios.
Nos estrechamos las manos y, aunque era obvio, me explicó que era el abogado de los repatriados guatemaltecos que habían encontrado cobijo y consuelo en México, huyendo de la indiscriminada represión militar. En mi calidad de secretario Ejecutivo de la CNR lo conduje al sobrio despacho del entonces obispo Rodolfo Quezada Toruño, presidente del ente.
Durante los siguientes dos o tres meses era frecuente ver a don Poncho en la casa que ocupaba la Comisión, participando en las mesas de trabajo o asesorando en determinados asuntos a sus compañeros repatriados. No nos volvimos a ver más que ocasionalmente, cuando dictaba conferencias o asistía a foros sociales; siempre en defensa de los intereses nacionales y los derechos de los menos afortunados, como cuando fui ministro del Gabinete de la Primavera Revolucionaria.
Mis condolencias a su esposa, hijos y al pueblo de Guatemala.
Al doctor Villagrán Kramer lo conocí desde siempre. Es decir, supe de su existencia desde que me trasladé de mi aldea El Carmen Frontera a la capital. Llegado el momento, presumo que nos hicimos amigos, pese a la brecha generacional, porque aunque yo no estaba afiliado al FUR, partido que fundó juntamente con Manuel Colom Argueta, Adolfo Mijangos López, Alfredo Balsells Tojo, Miguel íngel Andrino, Carlos Duarte y Américo Cifuentes Rivas, entre otros, yo era proclive a esa organización de verdadera tendencia social demócrata.
Algunos se han encargado de señalar someramente las ligeras fricciones surgidas entre Villagrán Kramer y Colom Argueta. En lo que a mí respecta tengo grabadas las palabras que me dijo el entonces alcalde metropolitano: -Aunque supongo que ya estás enterado, Pancho será el candidato vicepresidencial de Romeo (el general Lucas García). Se va a meter solitario a una cueva de lobos. Haceme el favor de ir a ayudarlo en lo que podás.
Así resulté casi forcivoluntariamente en la casa de la campaña de esa candidatura. Pero en aquel entonces los vicepresidenciables no tenían peso en las tareas de proselitismo, como Villagrán Kramer había presupuesto, así como creía que su presencia en el Gobierno sería importante para conducirlo hacia un estado de Derecho respetuoso del disenso y de los valores de una democracia formal y real.
Supongo que se percató de su error el mismo día de la toma de posesión de ambos. Pancho, como miles más, no nos imaginábamos la pesadilla que sería el régimen luquista. Recuerdo que me dijo: -Tené mucho cuidado porque este gobierno va ser peor que el anterior (Kjell Eugenio Laugerud) Dos años después renunció.
Mi sentido pésame a su esposa, a sus hijos y a los guatemaltecos progresistas.