Mi celular es un aparato «gí¼ashquerito» que me costó muy barato, hace más de un año… y para mi comodidad, es tarjetero. Es uno de esos telefonitos que llaman «frijolín», porque es negrito y forma análoga al delicioso alimento, base de la dieta -junto al maíz- del guatemalteco típico. O, eso era antes, antes que vinieran las comidas rápidas.
Mi celular es inseparable compañerito: va conmigo a todos lados; se me ha caído varias veces, pero sigue funcionando. Y no me lo han robado, seguramente porque es muy barato, y con toda honestidad, si un ladrón me pone manos arriba…se lo entregaría, sin mayores contratiempos. Me dolería (lo sé, porque le tengo cariño y me sirve mucho) aunque creo que hasta los ladrones de pulseras, cadenas y celulares tienen mejores modelos y mucho más caros que el mío. Pero? no me importa porque salió excelente: es un gran servidor.
Mi telefonito lo uso para llamar a amigos y familiares, y recibir sus llamadas; porque para eso es un celular. Porque yo no lo «significo» como «joya»: para exhibirlo o para presumir con él, ni lo ando presumiendo por allí. Yo uso mi celular -baratito- para lo que fue hecho; no para grabar videos o chatear por Internet? para eso están las cámaras de video y las computadoras. Ni modo, yo soy así. Y no me lamento, soy muy práctico?y uso las cosas para lo que están hechas, igual que mi carrito: para transportarme de un lugar a otro? no para «chilerear» o para presumir.
Es increíble que haya pasado más de un año y el telefonito sigue tan eficiente como el primer día. Me comunica, me comunico: acorta distancias y me sirve para dar avisos y mandar mensajitos. Me sirve muchísimo? con todo y que no tiene ninguna extra. Nada de nada: es un simple celular, pero ha salido buenísimo. Y no lo cambiaré hasta que él me deje o le pase algo infortunado, porque me ha sido de mucha utilidad.
Eso sí, no me pongo a hablar «babosadas» con el mencionado aparatito. Hago las llamadas que necesito y corto. No estoy llamando a todo mundo: sólo lo justo, lo necesario, nada más y punto; porque creo que el problema de esta novedad electrónica, del mundo que vivimos, es que la gente usa la tecnología como puro elemento de «status» y no para lo que fue diseñada. O seguramente el mercado ha sabido aprovechar este uso aspiracional, aún cuando no sea fundamentado en nada auténtico ni verdadero.
Talvez por eso, iPods y esos fantásticos/ultramodernos celulares/computadoras de última generación, son tan populares. Pero es curioso, si usted logra observar bien, podrá notar que muchas personas que andan presumiendo con esas «ostentaciones», son en realidad más solitarias e incomunicadas que muchos, teniendo aparatitos baratos.
Porque? por mucho que la gente tenga novedosísimos celulares (hasta más de uno) y que les pudieran haber costado miles de quetzales, peor es su soledad que cuando sólo teníamos aparatos telefónicos de línea fija. Yo recuerdo esa época, ya muy lejana.
Talvez porque viví esos años de «escasez de comunicación» en todo el sentido de la palabra, en el más amplio concepto del término, es que valoro tener mi celular «gí¼ashquero»: barato, pero bueno? ya que me sirve como ninguno. ¡Nítido el jodido!
Como observador de las realidades diarias, estimo que este exceso de comunicación y tecnología, solo ha traído al mundo más incomunicación y soledad. Más y más incomprensión; menos amistades auténticas y comprometidas con las relaciones serias, estables, permanentes.
Antes, un telefonazo era sinónimo de comunicarnos con quienes apreciábamos y era significativo de algo importante, de temas relevantes. Hoy no. Hablar es por hablar, para entretenerse y pasar el rato: para estar en contacto. Antes, la palabra valía. Pero hoy? como que no mucho. La palabra ha sido desvalorizada, comercializada y sirve para muchas cosas, pero? lo menos para que es utilizada es para comunicarnos? cosas verdes, de estos difíciles momentos tecnológicos, mis queridos «Sanchos».