Semiologí­a de un cortejo procesional


Guatemala posee una rica tradición en la época de Cuaresma y Semana Santa, que ha hecho que el paí­s convoque a una gran cantidad de turistas, atraí­dos por las denominadas procesiones.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

í‰stas, incluso, han superado a la tradición que las engendró, es decir, a las procesiones españolas, donde se habí­a tenido una larga costumbre, en especial en la región de Andalucí­a. Sin embargo, este fenómeno ha tenido una especial evolución en nuestro paí­s, haciendo que la tradición eminentemente católica cristiana trascienda.

En estas páginas se pretende realizar un análisis de algunos sí­mbolos que se incluyen en este ritual, desde el punto de vista semiológico y estético; en la mayorí­a de las ocasiones, las lecturas referentes a las procesiones o a la Semana Santa tienen un carácter más que todo histórico, como el suplemento especial que Diario La Hora publica todos los Miércoles Santo (y este próximo miércoles no será la excepción), con la dirección del doctor Celso Lara.

No es, pues, la intención de estas lí­neas el ofrecer una visión histórica del fenómeno procesional, sino que, al contrario, una visión como un fenómeno estético, debe ser asimilado como el supuesto impacto que un fenómeno tiene sobre el alma humana.

Introducción estética

Hoy dí­a, el estudio de la estética está vista casi exclusivamente como el estudio de la obra de arte en sí­, para cuestionarse sobre sus elementos de belleza, o incluso de fealdad. Sin embargo, la estética nunca fue vista de esa forma (ni siquiera se llamó así­, sino hasta que el filósofo alemán Alexander Gottlieb Baumgarten acuñara el término en el siglo XVIII).

De hecho, el primero en cuestionarse sobre el impacto de la belleza en el ser humano fue el filósofo griego clásico Platón. En un resumen muy general, él consideraba que la belleza causaba cierto impacto en el alma del ser humano, ya que un fenómeno considerado como «bello» puede traernos noticias de un «mundo mejor», un mundo lejano al nuestro, en donde radica la verdad, la justicia y la belleza, las tres constantes del mundo griego.

Desde este punto de vista, habrí­a que analizar, para el presente caso, qué noticias trae el fenómeno de las procesiones, y de dónde las trae.

Por otro lado, cabe hacer mención que el cortejo procesional puede clasificarse como un fenómeno surrealista.

Actualmente, el término «surrealista» podrí­a entenderse como la estética de los sueños, o como la manifestación del arte «deformado» o, incluso, como un arte incoherente.

Sin embargo, cuando en sus inicios (1924) André Breton, fundador del surrealismo, esta estética no era especí­ficamente esto.

Breton estaba influido por las teorí­as del psicoanálisis de Sigmund Freud, quien creí­a que en nuestra alma existí­a un mundo más real; una verdad superior se encontraba dentro de nosotros, por lo que daba preferencia a este mundo (el del inconsciente) al mundo real, al perceptible por los sentidos.

El problema consistí­a en determinar qué habí­a dentro de nosotros que fuera común a todo el mundo para que una estética surrealista fuera comprendida.

Por tal razón, se tomó en cuenta las teorí­as del también psicólogo Carl Jung, quien establecí­a que habí­a un inconsciente individual y otro colectivo, y era éste el que debí­a explotarse para comprender en conjunto a una sociedad.

Entre los fenómenos que se incluyen dentro del inconsciente colectivo, se tiene los mitos de un pueblo, las creencias, las costumbres y, en gran parte, la religión.

Desde este punto de vista, la religión como un fenómeno del inconsciente colectivo, y ésta analizada como un fenómeno surrealista, se hará, a continuación el análisis.

Los preparativos

Imaginemos que presenciaremos el cortejo procesional, o más bien, todo el proceso, desde el inicio. Deberí­a tomarse en cuenta la preparación del anda, el adorno y la incrustación de las imágenes.

Las imágenes han merecido la mayor parte de los estudios, ya que la belleza, la historia, así­ como la escuela de arte, puede ser identificado en sus rostros.

También, debe contemplarse los adornos con los que ornamenta el anda procesional. Gran parte de estos forman una especie de simbologí­a para el pueblo católico. Pero, hay que recordar que las procesiones, en su inicio, tuvieron como función principal el «catequizar» a un pueblo, por lo que sacando a las imágenes de los templos se podí­a tener más acercamiento con la gente, en lugar de que ésta llegara a las iglesias.

Por esto, los sí­mbolos de las procesiones tendrán un significado sólo perceptible por los católicos (y talvez ni siquiera para la mayorí­a de ellos).

Sin embargo, los sí­mbolos como la cruz, los ángeles, las iconografí­as de los santos y otros que a veces pasan inadvertidos, forman parte del inconsciente colectivo, no sólo del pueblo católico, sino de la mayorí­a de guatemaltecos.

Normalmente las procesiones traen algunas leyendas con las que se pretende explicar la alegorí­a del anda, pero en la mayorí­a de los casos los sí­mbolos católicos son los que darán a entender un mensaje ininteligible a través de las palabras.

Aparte de los preparativos del anda está también la preparación del pueblo, en especial de las familias que viven en calles donde el cortejo pasará. Existe cierto encanto, incluso incomprensible para algunos, el hecho de tener que hacer una alfombra, cuya preparación puede durar horas, para que todo quede destruido en pocos segundos. Este fenómeno efí­mero puede generar grandes huellas en el alma.

Por el momento, tanto la simbologí­a del anda como lo efí­mero de los preparativos tendrán sus repercusiones, pero aún hace falta pasar por otros procesos.

La espera

Casi todos los años se puede escuchar algunas voces del pueblo católico, incluidos locutores de las radios de esta religión, decir:»Â¡Qué lástima que ya está por terminar la Semana Santa! ¡Cuánto añoro que venga la del otro año!», esto tomando en cuenta que no ha terminado la presente, y ya se desea la próxima.

La espera es una de las partes más esenciales del ser. En la espera el espí­ritu se prepara para lo que viene; incluso, con una buena preparación se puede hasta «purificar» el alma, para que esté lista al fenómeno que viene a continuación.

Esta espera está presente en la vida de todo ser humano. El niño que espera con ansia la Navidad, o la espera de un dí­a muy importante, que incluso no permite que la persona duerma «bien» una noche anterior, por el ansia que le despierta el dí­a venidero.

En las procesiones, la preparación de una alfombra, que puede empezar hasta una noche antes, es parte de esa espera, con la cual el alma poco a poco empieza a asimilar el proceso.

Para quienes no hacen alfombra, por lo menos en las procesiones más concurridas, es necesario que aparten su «pedacito de banqueta», para poder ver en primera fila el cortejo procesional, incluso si es necesario esperar hasta más de una hora, este sacrificio vale la pena.

La espera muchas veces es más que el mismo proceso. Luego de que el niño espera la Navidad, y que recibe a la medianoche sus regalos, su ánimo suele decaer. Lo mismo en los otros fenómenos de espera. A veces, la ilusión, que es parte de la espera, es una experiencia mejor que lo esperado.

El sincretismo

Mientras se espera el cortejo procesional, el fenómeno se convierte en una oportunidad para las ventas; los dulces, los juguetes, agua para refrescarse, y hasta implementos para los cargadores, como madrileñas o guantes, son vendidos, aprovechando la espera de la gente.

Esta supuesta banalización del fenómeno, parece no importarle a la gente, que, al contrario, ha visto enraizada esta tradición con comidas, como los chupetes, las empanadas de leche, los molletes, etc.

Juguetes propios de la Semana Santa, como los cucuruchos de cartón, son vendidos; pero también se venden objetos que no son de la época, como espantasuegras graciosos o fotografí­as de los artistas de la telenovela del momento.

Como ya se dijo, esto parece no importar. Lo que sucede es que el fenómeno procesional ha trascendido sus lí­mites religiosos, y se hace una fiesta popular. Por tal razón, el sincretismo se ha apoderado de esta tradición.

Hace algunos años, unas cinco décadas, por ejemplo, los cucuruchos (palabra con que se denomina a los cargadores de las procesiones) desfilaban con el uniforme completo. Aunque no se les miraba, debajo del traje púrpura estaban vestidos con saco y corbata, y sus mocasines bien lustrados.

Ahora, algunos elementos modernos se han apoderado de las «costumbres» de los cucuruchos. Por ejemplo, el uso de los celulares es admitido, por la dependencia que se ha visto con estos aparatos en la última década.

También, los audí­fonos, para enterarse de lo que ocurre en otras procesiones; lentes oscuros y hasta gorras y sombreros, para cuidarse del sol, son permitidos, haciendo que esta fiesta pierda la uniformidad.

Sin embargo, este sincretismo no ha provocado que se pierda el sentido real del fenómeno, ya que éste es muy fuerte, y aunque se cambien costumbres como el vestuario, o se banalice con las ventas la previa de la procesión, el fenómeno será el mismo.

El inicio del cortejo

El anda procesional viene precedido de una larga fila de cucuruchos, así­ como mensajes simbólicos que introducen al espectador para lo que verán más adelante.

Es usual que antes de que inicie esta fila, que comúnmente alcanza más de los 300 metros, pase un encargado para pedir que los observadores despejen el camino y que se pongan de pie.

Aunque parezca un poco exagerada esta actitud también sirve para preparar, ya no sólo el alma, sino el cuerpo para el cortejo venidero.

Poco después, unos músicos vestidos de romanos pueden pasar tocando una fanfarria con instrumentos de viento metal, anunciando que, formalmente, se está iniciando la procesión.

También es común que se aromatice la calle con incienso. Este elemento ha estado vinculado con la tradición religiosa de casi todas las culturas. Se dice que el incienso puede llegar a purificar a la gente.

Durante la Edad Media y el Renacimiento, el incienso, en los grandes centros de peregrinación, como la Catedral de Santiago de Compostela, España, también era utilizado para otro fin.

Como los peregrinos usualmente llegaban caminando desde muy lejos, el sudor de los cientos de personas allí­ presentes provocaba un olor muy desagradable, que desaparecí­a con el incienso.

Es decir, que éste ha sido utilizado esencialmente para preparar un ambiente idóneo.

En este punto de la procesión sucede un fenómeno muy importante, vinculado a la estética del surrealismo.

La fanfarria de metales es un sonido, aunque agradable, muy incisivo, que penetra el alma. Luego, el hecho de pararse prepara el cuerpo. Ahora, con el incienso, el ambiente se torna hasta un poco borroso, como si se estuviera en un sueño.

En cierto momento, y si el espectador tiene la disposición, estas tres actividades hacen que se conecte la realidad perceptible con el alma.

De hecho, todos los sentidos han participado para introducirse al proceso. La comida dulce que se ingirió antes de la procesión; el contacto visual con las alfombras y con un grupo de gente que viste diferente; el sonido de los metales, y el olor del incienso, hace que nuestro cuerpo se prepare para lo que viene.

La imagen barroca

No todas las procesiones son, desde el punto de vista del número de los espectadores, exitosas. Las imágenes que no son consideradas «bellas» no atraen a un gran grupo de personas.

Pero, los cristos nazarenos de la Parroquia Vieja, de San José, de La Merced o de Candelaria, de la ciudad capital; el Cristo de la Caí­da de la aldea de San Bartolomé Becerra, de Antigua Guatemala; o los Cristos Yacentes del Viernes Santo de la capital, atraen a un buen número de personas.

En común, tienen una buena estética en sus lí­neas de expresión, una mano fina que los esculpió, y bellos rostros. Pero, más que eso, el éxito de estas imágenes es que encarnan el sentimiento de los espectadores.

Las procesiones del Domingo de Resurrección no atraen a tanta gente, ya que esta experiencia de «resucitar» no es vivida en carne por la gente.

En cambio, el sufrimiento, la lucha, el dolor y la tristeza que encarnan los cristos nazarenos, con su cruz a cuestas, sí­ son fácilmente comprensibles, incluso por los niños.

Hasta la llamada procesión de la Borriquita del templo de Capuchinas tiene éxito, ya que la alabanza es más comprensible.

En este momento, cuando pasa la imagen frente a los ojos del espectador, es cuando se produce la llamada «catarsis», que es la purificación del espí­ritu por medio de la belleza.

Como se mencionó al inicio, para Platón la belleza traí­a noticias de un mundo mejor, y precisamente así­ puede ser asimilado este proceso en este punto.

La espera y la purificación, son procesos que sirvieron para llegar a este punto. El identificarse con la imagen procesional, especialmente en el dolor, reconecta el espí­ritu con la realidad.

Para ello, debió ser necesario comunicarse primero con el inconsciente, el cual es llamado en la espera previa a la procesión.

Para algunas personas, este «mundo mejor» del que hablaba Platón, puede ser considerado como la «otra vida», que es anunciada por los cristianos, en sus distintos matices. Pero, para no entrar en discusiones religiosas, este mundo mejor puede ser entendido como el mundo interior, con el sí­ mismo, el cual puede reconectarse en el fenómeno procesional.

La música

Si se está observando la procesión a la mitad de la cuadra donde va pasando, seguramente, luego de observar la imagen, se podrí­a ver sorprendido por el inicio de la música fúnebre.

Guatemala tiene una rica tradición de música fúnebre. Incluso, es casi imposible tener recopilada toda; en Semana Santa, fácilmente sonarán más de 500 piezas fúnebres nacionales, quedando muchas más casi en el olvido.

Imagine el momento de la catarsis al observar el rostro del Nazareno, y que en ese instante inicie la marcha fúnebre; ese serí­a la culminación del proceso. De ahí­, poco a poco los músicos continuarán su marcha, haciendo alejarse el sonido poco a poco, sin cambios bruscos.

La banalidad, otra vez

Sin embargo, el cambio brusco viene después, ya que comúnmente detrás de la procesión vendrán más vendedores, que buscarán aprovechar al público que no ha podido salir, ya que las calles se tapan completamente.

También, casi inmediatamente, una escuadrilla vendrá limpiando la basura de la calle, incluyendo con esto a las alfombras, que costaron tantas horas de trabajo, para que en ese momento ya no sirva para nada.

Psicológicamente, este cambio muy brusco hace que se quede impregnado en el alma la experiencia, sin tener mucha posibilidad de asimilar razonablemente el fenómeno. También, hace que el aterrizaje al mundo real (no al mundo del inconsciente, en donde se estaba conectado), sea inmediato; como dice la conocida frase: «poner los pies en la tierra», y vivir la espera de repetir la experiencia el próximo año.