Semana Santa


Hoy es el último dí­a laboral para la mayorí­a de trabajadores del paí­s y da inicio oficialmente a la Semana Santa. Una semana que cada vez pierde más su colorido y significado para dar paso a dí­as simplemente de despelote: visita a las playas, ingesta de licor o viajes de placer para hacer algo novedoso.

Eduardo Blandón

Pero no siempre fue así­. La Semana Mayor por mucho tiempo marcó dí­as de auténtico retiro espiritual. Los cristianos meditaban en las Escrituras, confrontaban su vida personal con las exigencias de los textos y al juzgarse pecadores bajaban la cabeza para hacer penitencia. Las confesiones eran cosa natural y las grandes colas en el confesionario indicaban que los cristianos querí­an rehacer sus vidas.

  Las procesiones eran parte (todaví­a lo son en alguna medida) del itinerario penitencial. Los cristianos se vestí­an con ropa apropiada para la ocasión y cargaban al Cristo Yacente acompañados de música sacra. Todo revestí­a en la ciudad aire santo, se respiraba espiritualidad. Los signos eran evidentes: alfombras, incienso, cucuruchos, música, procesiones. No habí­a alternativa para volver los ojos al cielo y pensar en Cristo muerto y resucitado.

  Pero la Semana Santa sólo era un momento de explosión festiva. Los cristianos vení­an preparándose por 40 dí­as para el gran momento. Todo comenzaba el Miércoles de Ceniza donde el recuerdo del polvo en la frente poní­a a pensar en la caducidad de la propia vida: «Polvo eres y a polvo volverás». Desde ese momento comenzaban jornadas de privaciones. Los ayunos eran los más frecuentes. Muchos se privaban de carne, cigarrillos, fiestas y algunos hasta de sexo. La idea era llevar una vida más frugal para volver los ojos al verdadero tesoro.

  Además del ayuno, los cristianos hací­an oración. Esos eran dí­as para el Ví­a Crucis. Antiguamente los Ví­a Crucis de las iglesias no estaban de adorno (como prácticamente sucede hoy), sino para acompañar en cada estación los últimos momentos del camino de la cruz. Era frecuente ver a los cristianos detenidos en cada í­cono de la Iglesia haciendo oración y recordándose de los dolores de Cristo. El Ví­a Crucis era una práctica tan popular como el rezo del Rosario.

  Y para culminar, las privaciones y las oraciones eran acompañadas por la limosna. Los cristianos en aquel entonces (hoy cada vez menos) eran generosos. La Cuaresma era tiempo para dar. Algunos daban el diezmo, ropas o simplemente ayudaban con obras al necesitado. No era tiempo para el consumo, sino para la generosidad. Y no se trataba de dar lo que sobraba, sino lo que realmente valí­a como un acto de desprendimiento. Los cristianos hací­an ejercicio de pobreza.

  Hoy las cosas han cambiado. Los cristianos no van a la Iglesia, no meditan Ví­a Crucis, no rezan, no se confiesan ni van tampoco a las procesiones. A los cristianos les avergí¼enza esas cosas. Según ellos, la modernidad les ha hecho superar ese perí­odo de vida supersticiosa. El cristiano de hoy se siente muy racional y esto lo supone en contra de todo viso de religiosidad. De seguir así­, en el futuro no nos quedará sino escribir con nostalgia (como lo hago hoy) de la vida que un dí­a llevaban los buenos cristianos.