Seductor infatigable


Tony Blair, un laborista carismático, infatigable y convencido de hacer siempre «lo correcto», dominó durante 10 años la polí­tica británica y fue uno de los principales actores de la comunidad internacional.


A partir de ahora dispuesto a trabajar por la paz en Oriente Medio -como enviado del Cuarteto-, quedará en la memoria como el protagonista de la renovación del Partido Laborista, pero en su balance estará la sombra de la guerra de Irak.

Para más inri, sólo dí­as después de convertirse, el 2 de mayo de 1997, en el primer ministro británico más joven desde 1812, Blair, quien entonces tení­a 43 años, habí­a expresado su confianza en que bajo su gobierno no se enviarí­a a los jóvenes a la guerra.

Simpático e hiperactivo, diputado a los 30 años, Anthony Charles Lynton Blair, nacido el 6 de mayo de 1953 en Edimburgo en una familia burguesa y abogado de formación, se convirtió en lí­der de los laboristas en 1994, tras el repentino fallecimiento de John Smith.

«Creo que lo esencial del ’New Labour’ (Nuevo Laborismo) es que pasó por encima de viejas divisiones izquierda-derecha», suele decir el artí­fice de ese cambio, labrado junto a su sucesor Gordon Brown.

Anglicano, casado con una católica, Cherie, y con cuatro hijos, Blair se benefició de una década de logros económicos y de un manejo magistral de los medios de comunicación, deslumbrando por su oratoria, su talento para la persuasión y desplegando siempre, sobre todo en los momentos más difí­ciles, ese humor tan británico.

Pero cayó en desgracia por la guerra en Irak. Su respaldo popular pasó del 93% hace diez años a sólo un 27% ahora, una caí­da en picado a medida que morí­an soldados británicos en ese paí­s, donde cientos de miles de personas han perdido la vida desde la invasión de Estados Unidos apoyada por Blair en el 2003.

Presionado para dimitir por ese motivo, lo cual anunció en septiembre pasado, Blair será recordado como el hombre que envió tropas a más conflictos que cualquier gobernante británico desde la Segunda Guerra Mundial: Irak en 1998, Kosovo en 1999, Sierra Leona en el 2000, Afganistán en el 2001 y de nuevo Irak en el 2003; más incluso que que Margaret Thatcher, la «Dama de Hierro».

Aludiendo a su incumplido programa pací­fico, Leslie Lowell, una joven estudiante, dice que Blair «será recordado sobre todo por tantas promesas rotas».

También Blair habí­a garantiza que su ejecutivo tendrí­a una «dimensión ética» y que estarí­a más cerca de Europa.

Pero el gobernante ha sido salpicado por escándalos de venta de armas y de corrupción y su estrecha relación con Estados Unidos es una constante fuente de reproches, incluso dentro de su propio partido.

Fue conservador en materia de inmigración, justicia y seguridad. Y en otros casos, como en el de dar los mismos derechos a los homosexuales, se mostró liberal. Entre sus mayores logros figura la introducción de un salario mí­nimo.

Su lado populista se reveló tras la muerte de Diana de Gales, en agosto de 1997. Blair la bautizó «la princesa del pueblo» y canalizó la emoción de una desconsolada población, mientras que la familia real se mantení­a apartada y frí­a.

Pero Blair ya no es más «Teflón Tony», al que nada lo quemaba: el primer ministro deja un paí­s transformado por sus 10 años en el poder, pero que se cansó de él y le dio la espalda.

Con su permanente sonrisa que a veces sólo es un rictus, también él se va cambiado, convertido en un hombre de pelo gris, para reforzar su aire seductor.