Secuelas de la ejecución de Hussein


Entre las opiniones publicadas en diarios guatemaltecos y los análisis que he leí­do en el correo electrónico, acerca de la ejecución del sangriento dictador iraquí­ Saddam Hussein, me atrajo el artí­culo reproducido por el diario español El Paí­s y escrito por Jean Daniel, director del prestigioso semanario Le Nouvelle Observateur, cuyos párrafos principales trasladaré casi literalmente porque considero importantes los conceptos vertidos.

Eduardo Villatoro

No es que el periodista francés pretenda defender a Hussein, como tampoco otros analistas que han criticado el viciado proceso que lo condujo a la horca, sino que, como se leerá más adelante, pone en duda la imparcialidad del jurado de Irak y la intromisión del gobierno del presidente George W. Bush en apremiar la ejecución del cruel dictador.

Daniel comienza por indicar que «Para hacer de Saddam Hussein un mártir, para hacer del verdugo una ví­ctima y del déspota un santo, hací­a falta nada menos que la loca y torpe inconsciencia de los estadounidenses. Mejor dicho: de un gobierno estadounidense al que por fin le han vuelto la espalda sus ciudadanos»

Para el mundo sunnita (rama ortodoxa del Islam, a la que pertenecí­a el tirano ahorcado) son los norteamericanos los que han permitido e incluso organizado la ejecución de Hussein, tras un proceso chapucero, sectario y completamente ilegal en su forma; en tanto que las hordas de chiitas (la rama islámica adversaria) fanáticas y llenas de odio, quisieron impedir que el condenado a muerte rezara por última vez. Ambas posiciones constituyen muestras de una ceguera primitiva, puntualiza Daniel.

Agrega que probablemente los aliados del presidente Bush argumentarán tranquilamente que las autoridades estadounidenses de Bagdad han querido que los iraquí­es se las arreglen entre ellos, aunque implique una guerra civil, olvidando que los grandes ideólogos y la estrategia de los Bush, Rumsfeld y Cheney pretendí­an construir la paz al liberar por completo al pueblo de Irak de la dictadura de Hussein.

Aclara el autor que es evidente que los kurdos se consideran suficientemente liberados y autónomos, además de no sentirse tentados por la barbarie; pero lo que está sucediendo entre los chiitas, que era previsible, no es achacable de manera alguna más que a la irresponsabilidad del ocupante, es decir, el gobierno de Estados Unidos. Lo que ahora está ocurriendo, la virtual guerra civil entre sunnitas y chiitas, asume caracterí­sticas de escándalo el hecho de que suscita, entre el pueblo iraquí­, cierta añoranza del orden totalitario y sangriento de Saddam Hussein, y desacredita todas las ambiciones democráticas llegadas de Occidente.

Quienes aseguran que hemos pasado una página y que la sangre se seca enseguida ?argumenta el director de Le Nouvelle Observateeur?, suelen tener razón porque la historia no es solamente trágica, también es cí­nica. Aunque en esta ocasión no resulte tan claro.

Preconiza Daniel que es posible que por temor al gobierno de Irán, los demás gobiernos árabes se vean empujados a aproximarse a Estados Unidos, paí­s al que detestan, e incluso que descubran intereses comunes con Israel.

Sin embargo ?advierte?, de suceder tal situación, el divorcio de esos gobiernos con la opinión pública de sus paí­ses puede llegar a ser explosivo, porque podrí­an presentarse tentaciones de una guerra santa, no contra los que los musulmanes llaman herejes o supuestos herejes, sino entre los diversos campos del Islam que se encuentran enfrentados.

Algunos personajes árabes, especialmente de Arabia Saudita y Egipto, han decidido que no son sólo los norteamericanos, sino también los iraní­es, los que están detrás de las muestras de odio desencadenadas con motivo de la ejecución de Hussein.

Daniel considera que estos gobernantes estarí­an equivocados, porque al gobierno de Irán le interesa la paz en un Irak dominado por los chiitas, para que el régimen iraní­ pueda controlarlo. Pero ?se pregunta Daniel? ¿cómo van a desempeñar hoy ese papel pacificador al que les han invitado sucesivamente Jacques Chirac, Romano Frodi y James Baker?

Daniel concluye con una frase lapidaria: «Este año de 2007 se abre en una confusión sangrienta, como bautizado, en esa zona del mundo, por una maldición».

Por aparte, la ejecución de Hussein no ha servido para evitar que se incremente el rechazo de la mayorí­a de los norteamericanos al presidente Bush, quien se empecina en proseguir una guerra ?de la que Washington saldrá derrotado?, contra la oposición del 70 % de los estadounidenses.

(Cuenta Romualdo que en cierto paí­s musulmán se juzga a un hombre por la muerte de una de sus esposas. El juez le pregunta: ?Cuénteme su versión. El acusado responde: ?Estaba yo en la cocina con un cuchillo para cortar una pieza de cordero, cuando de repente entra esa mujer; se sorprende de lo que estoy haciendo, se tropieza y cae sobre el cuchillo que yo habí­a tirado al suelo y se lo clava en el pecho una y otra vez, hasta que murió).