Tengo una docena de traumas (los que identifico) que me acompañan y creo que estarán conmigo hasta el fin de mis días. No voy a escribir de ellos porque mi columna no es ni un confesionario (aunque algunos así lo han visto), ni soy un “stripper” para quitarme la ropa con descaro. Pero me referiré a uno de ellos y es el horror que siento por los aviones.
No es viajar lo que me atormenta, de hecho las veces en que lo he hecho me ha fascinado la experiencia. Es la angustia interna que sufro cuando los veo volar cerca y escucho el ruido de sus motores. Es inevitable (lo saben quienes me conocen) no comentar con temor y temblor lo de siempre: “qué horror, un avión. No habrá problema que nos caiga encima”.
Mi trauma se originó a los 10 años cuando viviendo en la ciudad de Rivas, Nicaragua, el presidente Somoza decidió bombardear la ciudad. Fue en 1978. El general no tuvo piedad: usó para defenderse de los sandinistas, tanquetas, helicópteros y aviones llamados “push-and-pull”. Mis padres nos metían bajo la cama con colchones encima para defendernos “diz” que de las bombas de esas pipilachas.
En fin. El peor momento consistió cuando decidieron mis padres abandonar la ciudad maldita (llevábamos muchos días bajo fuego cruzado) y con bandera blanca en mano, en fila, con mucha gente que hacía lo mismo, irnos a otro lugar. Los aviones estaban puntuales dejándose caer y tirando bombas que afortunadamente parecían dedicadas a los sandinistas.
A los 10 años uno no debería tener esa suerte. Pero eso es lo que les sucede ahora (y esa es la causa de esta columna) a los niños y población en general de Siria. Las noticias hablan de más de 80 mil personas que ocupan nueve campos de refugiados en Turquía. El éxodo, escribe la prensa, aumenta a ritmo rápido, estimulado por los violentos combates contra la capital económica Siria, Alep.
Pero mientras a algunos refugiados se les recibe con misericordias, lástima o sentimientos de piedad, cerca de 10 mil sirios que intentan huir de su país, no lo pueden hacer porque Turquía ha cerrado sus fronteras. Le Monde escribe que “los puestos fronterizos han sido cerrados por Ankara” cuyo suelo era visto como lugar de tolerancia.
“Turquía desea cumplir su deber con el pueblo Sirio. Sin embargo, por otro lado, el número de refugiados se ha convertido en un problema y el peso no debería ser cargado solo por los países vecinos de Siria, como Turquía, Jordania, Líbano e Irak, sino por la comunidad internacional en su conjunto”, escribió el ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Ahmet Davutoglu.
Siria pasa por un mal momento. Los niños no van a la escuela y sin duda ni duermen ni comen bien. Pero las cosas apenas empiezan, mañana de repente tendrán horror por los aviones, miedo al ruido de balas… y entonces padecerán, con mala suerte, mi mismo trauma.