¿Se puede buscar la Verdad?


La reciente captura de dos agentes de la tenebrosa Policí­a Nacional, por su presunta participación en la detención-desaparición de Fernando Garcí­a, ha reactivado el debate sobre la búsqueda de la Verdad. La discusión se ha centrado, de nuevo, sobre la pretensión de descalificación del informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico.

Walter del Cid

Pareciera que en el fondo más que hartos, estamos acostumbrados a vivir, convivir, tolerar y soportar la impunidad que nos rodea.

Buscar la Verdad, con mayúsculas, no es encontrar los fundamentos que motivaron mi actuar. Esa es una verdad parcial, circunscrita a mi realidad. La Verdad es aquel conjunto de elementos en los que guardo y mantengo responsabilidad de lo actuado. Por lo tanto asumo el compromiso de los hechos en los que participé. Esa es la Verdad.

Otras sociedades desangradas por la naturaleza irracional de sus propios conflictos o de cruentas guerras, han tenido la entereza de verse a sí­ mismas en toda su dimensión y han buscado justicia. Aquí­, por el contrario, el cese de las armas, el llamado «fin del conflicto» significó una absurda amnistí­a que buscó la complacencia de los torturadores, que alcanzó la exculpación de aquellos cuyos excesos fueron justificados por lo que creyeron su causa noble. La motivación exaltante de un nacionalismo sobrecargado en la denominada seguridad nacional impuesta desde fuera, en uno y otro sentido.

Y ahora, con más de doce años de suscrita la paz de papel, los demonios perdonados se cobran su ira irracional.

Arremeten contra sí­, contra el Estado que les cobijó e ignoró sus delitos. Los torrentes de violencia no cesan. Y el trastoque de principios y valores se acentúan en torbellinos de sangre que golpea indiscriminadamente a todos, todos los dí­as. Cuando muere violentamente una persona ví­ctima de esta vorágine de sangre, también muere parte de mí­ y se acomoda una conciencia que se ajusta a la indiferencia que acepta por omisión, la impune actitud de apatí­a generalizada.

Buscar la Verdad en este entorno se hace casi un sueño imposible, por la impasible actitud colectiva frente al dolor de nuestros semejantes. No puede haber paz, si no hay justicia, no puede haber justicia si no hay verdad y no puede haber verdad en tanto nos neguemos a aceptar la responsabilidad de nuestras acciones y omisiones.

La memoria de las ví­ctimas no puede ni debe ser ignorada. Al negar nuestro pasado, condenamos nuestro presente (tal y como se demuestra con este Estado ausente de justicia, de bien común, de seguridad, de paz), nos acongojamos por un futuro acentuado por la incertidumbre y dominado por agresores cruentos. Limitamos nuestra capacidad de edificar relaciones sociales fundamentadas en la propia Verdad y con ello perdemos. Perdemos todos y más aún nuestros hijos, pues les negamos la posibilidad de una convivencia fundamentada en auténticos y nobles principios.

Todo ello y más perdemos y hemos perdido al estar rodeados de la farsa circundante, de una falsa paz y una sociedad que se refugia en la hipocresí­a de ignorar sus desaciertos y no castigar a sus victimarios. Pero aun y en medio de tales circunstancias no buscar la Verdad es negar la vida por la vida misma, aunque eso también duela a muchos que ahora se regocijan de un falso prestigio en sus vecindarios y se presentan como nobles prohombres (y mujeres) de causas enaltecidas por el desconocimiento de nuestra Verdad social e histórica.