Una cosa fue que al día siguiente de su elección el presidente electo dijera que implementaría una socialdemocracia con sabor chapín y otra muy distinta que hablara de la necesidad de disponer de ejecutores de una política monetaria acorde con tal línea de pensamiento. Lo primero fue bien visto y hasta aplaudido porque en el mundo moderno que parece ir dando un giro hacia posiciones de izquierda, tener un gobierno que pueda relacionarse bien con muchos de los gobiernos de Europa y varios de los latinoamericanos parecía alentador, sobre todo si se trata de una socialdemocracia del estilo de la tercera vía que tan pocos resquemores provoca en los círculos del gran capital.
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Si se observan las reacciones que hubo en ese momento entre los comentaristas de prensa y en declaraciones de los grandes actores del sector privado, no hubo en ningún círculo aspavientos ni preocupación porque nadie supuso que ello podría implicar cambios importantes que pudieran afectar la estructura conservadora de nuestra sociedad. Es más, cuando se anunció el nombramiento del nuevo Canciller, Haroldo Rodas, hubo expresiones de satisfacción por la escogencia, más allá de que Haroldo fuera uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata que costó la vida no sólo a Alberto Fuentes Mohr sino a muchos de sus seguidores.
Pero las aguas se alborotaron cuando se tocó el tema del Banco de Guatemala y la necesidad de disponer de actores socialdemócratas para impulsar la política monetaria, cambiaria y crediticia del país y no digamos cuando el mismo Colom dijo que pretendía que el dinero de las instituciones públicas que está depositado en los bancos privados fuera consignado al banco central en cumplimiento de la norma general contenida en su ley orgánica.
Una cosa es el discurso de la socialdemocracia relacionado con el rostro humano de la sociedad y otra el detalle específico de medidas que afecten situaciones ya específicas. Las reacciones de la prensa han sido cada vez más fuertes para advertir al presidente electo que no debe meterse a mover ciertas aguas, especialmente aquellas que puedan afectar intereses de poderosos sectores del país, y la sensación que empieza a palparse en estos días de paz, amor y tranquilidad, es que la luna de miel que generalmente se le concede a un nuevo gobierno puede no llegar a materializarse en este caso si se persiste en la intentona de alborotar ciertos hormigueros muy peligrosos.
Uno pensaría que las campañas políticas son, como el noviazgo, el tiempo adecuado para conocerse y para saber qué se puede esperar de un mandato. Sin embargo, Guatemala es un país muy peculiar porque nuestro proselitismo, para ser exitoso, tiene que ser medio amorfo y muy general para no levantar ronchas. Es en esas condiciones que llegó Colom, sin hacer muchas olas ni alborotar las aguas, pero ahora que empieza a perfilar algunas de sus acciones, crece la suspicacia y surgen los primeros signos de repudio que se manifiestan en los editoriales y en columnas de prensa que ya no se quedan en la sugerencia, sino que implican una advertencia de lo que será la retopada si persiste en sus intenciones. Y es que algunos actores que vieron bien una socialdemocracia de la tercera vía poco agresiva no entendieron que en nuestra sociedad ultraconservadora hasta esa izquierda «light» es insoportable.